El Muro

V. Miedo

William:

Hacía cuatro días que Emily estaba devuelta en casa. Sus heridas ya habían sanado por completo y no teníamos nada más de qué preocuparnos.

Hacía cuatro días que ya nada me unía a esa chica que conocí en el callejón, pero, por algún motivo que no deseaba averiguar, seguía yendo cada mañana y cada noche a su casa.

Me sentaba en el árbol que daba a su ventana; la veía despertar y quedarse dormida. Conocía sus movimientos y sus horarios. Que aunque un poco caóticos, los logré descifrar.

Era extraño y perturbador, me había convertido en un acosador, lo sabía, y no podía evitarlo. Había hecho miles de vigilancias en mi vida, pero esto era diferente. No tenía un motivo, ni un fin, sólo era el hecho de poder verla lo que me movilizaba.

Esa tarde, específicamente, estaba muy animada. La había visto llegar con un montón de bolsas llenas de alimentos.

Tarareaba una canción mientras cocinaba, bailaba y reía, casi como una demente.

Estaba demasiado conectado en mis pensamientos, que no me di cuenta cuando salió al balcón de su habitación.

—Sé que estás ahí. —dijo mirando hacia la nada. —Sé que me estás siguiendo William. No te he visto, pero puedo sentirlo. ¿Te crees que no noto dos ojos clavados en mí todo el día? —mierda. —Creo que no tienes sentido que lo sigas haciendo, no voy a contar nada. Entiendo que te preocupa tu seguridad y la de Emily, por lo que te propongo un trato. Entra a la casa y hablemos como personas civilizadas. Lleguemos a un acuerdo. —aunque estaba casi susurrando, podía escucharla, estaba muy cerca. —Te espero en la cocina. No hay guardias, no te preocupes.

Acto seguido se metió en la habitación.

Me debatí un instante sobre lo que iba a hacer a continuación. Me había descubierto, no podía seguir haciendo esto, sabía que si continuaba, llamaría a los guardias de su padre.

Decidí que lo mejor sería enfrentar la situación e intentar salir de ella lo más airoso posible.

Bajé por la rama hasta el balcón; ella estaba ahí, parada en el umbral de la puerta, con los brazos cruzados.

—Sígueme. —ordenó y yo obedecí.

Cada paso que daba me asombraba más. Era una casa inmensa, lujosa. Es decir, sabía que en Arlen vivían bien, pero jamás había visto cosas tan bonitas.

—¿Esto se obtiene oprimiendo a las personas? —solté de forma hiriente, debo admitir que estaba un poco celoso. Las casas que nosotros tenemos son bastante humildes y amuebladas con sólo lo absolutamente necesario, a veces, incluso, ni siquiera eso.

—¿Vamos a hablar bien o vas a comportarte como un resentido? —me respondió con mala cara; bajé la vista avergonzado; en sí, ella no tenía la culpa por los actos de su padre.

Entramos a la cocina, era impresionante; toda blanca, con muchas alacenas y una gran mesa con seis sillas, parecían sillones, de lo confortables que se veían.

Seguí a Olivia con la mirada, tomó dos tazas, sirvió café en ambas y luego cortó dos porciones de lo que parecía una tarta.

—Siéntate —estaba aún de espaldas cuando lo hice. —. Toma. Lo hice yo —agregó sentándose delante de mí, señalando la tarta. —. Espero que te guste la manzana y la canela. —asentí y ella sonrió. Comencé a comer. Estaba delicioso. —¿Te gusta? —preguntó dejando la taza en la mesa. —Es mi favorita, es la receta de mi mamá. Cuando éramos pequeños, Shia y yo le pedíamos que la hiciera, todo el tiempo.

—Mi madre hacía una parecida, pero de peras. Edgar la odiaba, él odia todo en realidad. Nunca pudimos recrearla, murió sin decirnos la receta. —solté sin pensar y levanté la mirada, aturdido. 

¿Por qué la había mencionado? No hablaba de ella con nadie, ni siquiera con mis hermanos.

—Lo siento. Sé lo que sientes. Mi mamá murió cuando teníamos 13. Ella... fue asesinada. Por ustedes. —bajo la mirada mientras se le quebraba un poco la voz.

—¿Nosotros? —hacía mucho tiempo que nuestra facción no tenía conflictos que hubiera terminado en la muerte de alguien; pero, había muchos más de nosotros por todo el territorio.

—Hubo un levantamiento y... le dispararon, se desangró antes de que llegaran los médicos. —agregó con mucho pesar.

Bajé la mirada un momento, antes de volver a hablar.

—Lo siento. Las cosas a veces llegan demasiado lejos.

—¿Qué le pasó a tu madre? —muy bien, yo mismo me había metido en esto y ahora no podría salir sin hablar.

—Estaba enferma, necesitaba medicina, tratamiento y... no logramos ayudarla con lo que teníamos del otro lado. No había los medicamentos necesarios y aunque robamos algunos suministros no fue suficiente.

La habitación se quedó en silencio y el ambiente se llenó de tensión.

—Puedo preguntar ¿Dónde viven?

—En casas, con camas, cocinas, mesas, no tan lujosas como estas, claro. Del otro lado también hay. ¿Cómo les han dicho que vivimos? —ella tenía curiosidad y era entendible, pero yo también. Apoyé los codos en la mesa.

—En tiendas, bajo árboles, al menos eso me imaginé. La verdad es que jamás han ahondado en eso cuando nos cuentan sobre ustedes.

—Y jamás te molestaste en preguntar —la pinché, sonriendo. —. Simplemente te han dicho que somos salvajes y eso fue suficiente. ¿Creíste que éramos una especie de Tarzán o algo parecido?

—No necesitaba saber más. —se defendió cruzandose de brazos.

—Pero ahora sí. Porque conociste dos salvajes, como tú dices y no nos parecemos a lo que te imaginabas. No tenemos taparrabo ni hablamos con monos. —ella negó con la cabeza, estaba haciendo fuerza para no reírse, podía notarlo.

Bajo la mirada, como dándose por vencida. Podía ver los engranajes de su cabeza funcionar a toda velocidad.

—¿Por qué me sigues? —cambio de tema, estrategia inteligente para que no siguiera demostrando lo equivocada que estaba y que había estado todo ese tiempo. —No hable mientras ustedes estaban en casa de Shia y no lo haré ahora que no tengo pruebas.




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