El Muro

XII. Escape

Olivia:

Dos semanas.

Ese era el tiempo que había pasado desde la última vez que había visto a Will. Desde la noche en que había despertado sola en mi habitación.

Había desaparecido por completo, dejándome una sensación de vacío que lo único que hacía era aumentar; no lograba llenarla con nada. Cada noche soñaba con él y me despertaba llorando, como una niña.

Lo odiaba... mentira, no lo hacía y eso era lo que más me dolía. Que a pesar de saber que me había usado, aún quería verlo y darle una oportunidad para explicarse. Sabía que cualquier tonta excusa que me diera sería suficiente para que lo perdonara.

—Eres un asco Olivia. ¿No te tienes ni un poco de respeto? —me recriminaba mi mente. —El tipo te uso y te abandono.

Miré el collar que me había dado, seguía en la mesa de luz; no me había atrevido a tirarlo o guardarlo. Simplemente lo había dejado ahí, como una prueba constantemente de cómo me había equivocado.

*****

Estaba en mi habitación, alistandome para la Cena Anual, la cual nunca me había interesado menos.

Era una de las tradiciones más antiguas que teníamos. Había iniciado poco tiempo después de nuestra separación con los rebeldes, digo, salvajes.

Una vez al año, se conmemoraba dicho día, con una fiesta en la que sólo puedes acceder si trabajas en el gobierno o si eres familiar, claro. Cómo hija del Jefe militar de New Arlen, era una especie de invitada de honor.

Las Cenas Anuales son una tradición, pero al mismo tiempo se habían convertido en una competencia. Cada año era más y más exagerada. Todos los lujos y extravagancias que podía imaginar aparecían en aquella Cena. Las mujeres ahorraban meses para comprar los vestidos más caros.

Nunca me había gustado; de pequeña, recuerdo que siempre mentía sobre sentirme mal o inventaba excusas para que mi madre me dejara quedarme en casa. Ahora ella ya no estaba para resguardarme de todo aquello. Era la única familia de mi padre, al menos con la única que se habla, por lo que no podía faltar.

Lo que más detestaba del evento era que se organizaban movimientos políticos y alianzas. Se planeaban bodas y se anunciaban. En particular, hacía un año, que mi padre había anunciado mi compromiso con Aidan; le ponía así fecha de vencimiento a la vida tal cual la conocía... a mi vida.

En ese momento había quedado en completo shock, la gente creyó que era la emoción, pero en realidad fue por el horror. Aidan jamás había sido una persona de mi agrado, él simplemente me resultaba despreciable, desde que éramos pequeños me perseguía, quería alejarme de mis amigos de la escuela e incluso de mi hermano. Sólo quería que estuviera cerca de él.

Tenía 10 años más que yo, y aún así, en ocasiones, parecía mucho más inmaduro e infantil.

Antes de anunciar el compromiso, mi padre no me había dado señales de que esa era su intención, si lo hubiera hecho, habría intentado persuadirlo, pero, en el momento en que lo dijo, fue demasiado tarde; ya no se podía volver atrás.

Solo faltaban 6 meses para que me convirtiera en Olivia Finnes, y pocas cosas me generaban más horror y asco que eso.

Intenté sacarme esos pensamientos de la cabeza. Eche un vistazo al espejo.

Me había puesto un vestido gris plata, con la espalda completamente descubierta. Sabía que me traería problemas, pero, por algún motivo no me interesaba; era mi pequeño acto de rebeldía.

Me recogí el cabello y volví a soltarmelo, no estaba del todo segura de cuál sería la mejor opción.

Un golpe en la puerta hizo que me asustara.

—Señorita Anderson. El Señor Finnes está esperándola abajo.

—Gracias Félix. —ya no había tiempo para elegir otra cosa, no podía hacer esperar a Aidan, no le gustaba eso.

Bajé las escaleras ausente. No tenía ganas de ir a esa fiesta. No tenía el menor interés en aparentar que me me gustaba estar del brazo de mi prometido. No quería sonreír, sino todo lo contrario, deseaba gritar, llorar, poder decirle a todo el mundo lo infeliz que estaba siendo en ese momento.

Al llegar al descanso de la escalera, lo primero que vi fue su cabello rubio, casi blanco y luego su horrible, falsa y amplia sonrisa.

Él dice que me ama, lo ha repetido tantas veces que perdió todo tipo de sentido, pero su amor no es más que posesión, siento como si a su lado fuera un maldito trofeo o peor, un juguete, que puede llevar a donde él quiera, cuando quiera.

—Te ves hermosa mi amor. —dijo mientras extendía su mano para ayudarme a bajar, la tomé e intenté parecer halagada. Aidan estaba sonriendo, pero rápidamente su rostro se transformó y me miró con odio. —¿Qué es esto? —me giró tan rápido que tuve que sostenerme de la barandilla para no caer al suelo. —Te vas a ir a cambiar en este momento. —apretó mi brazo tan fuerte que estaba segura de que me había dejado una marca. —No irás así vestida a ningún sitio. Estás desnuda.

—No tengo nada más que ponerme, solo compré este vestido. —era la verdad, solo había comprado ese, pero, tenía una docena de otros entre los cuales poder elegir. —Pensé que te iba a gustar. —fue lo primero que se me ocurrió.

—¿Gustarme? Todos van a estar mirándote. —respondió de mala forma.

—Aidan me estas lastimando. —susurré queriendo girarme.

—¿Quieres que todo Arlen crea que eres una cualquiera? ¿Quieres que crean que no puedo controlar a mi futura esposa? —sus pupilas estaban dilatadas, sus ojos color avellana eran ahora completamente negros, su rostro estaba enrojecido y su voz se hacía cada vez más grave.

—Señor debemos irnos. Llegarán tarde a la Cena. —la voz de uno de los guardias de seguridad llegó desde nuestras espaldas y se lo agradecí profundamente.

Aidan me soltó y al instante mire mi brazo. Si, había dejado una pequeña marca, veía sus dedos en mi piel.

Antes de comenzar a caminar me lanzó una mirada asesina.




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