El Muro

XXII. Confesiones

William:

Estábamos acostados, mirando el atardecer.

Nos habíamos quedado en silencio durante casi todo el resto de la tarde, no era un silencio incomodo, sino que era agradable, no necesitábamos decirnos nada; ella sabía que yo estaba ahí, cuando me necesitara.

Shia, Trevor e incluso mi hermano se habían unido, pero, prefería quedarme del otro lado del lago, alejado, con ella. Aunque no habláramos, el saber que estaba cerca me era más que suficiente.

—Deberíamos volver antes de que anochezca. —soltó casi como si hablara para sí misma.

—¿Te da miedo nadar en la oscuridad? —me giré para mirarla mientras le sonreía. —No hay nada en el fondo, solo rocas.

—No es eso. Es que. Si está bien —rodó un poco los ojos, pero no molesta, sino avergonzada. —, no me gusta estar tan a oscuras.

—Pero yo estoy aquí. No voy a dejar que nada te suceda. 

Sabía que le tenía miedo a la oscuridad, por ese motivo dormía con la luz encendida, pero tenía curiosidad por saber cuál era el verdadero motivo de aquel temor.

Se mordió el labio, como si se debatiera entre darme la razón y pedirme nuevamente que nos acerquemos al resto del grupo.

—Igual. ¿Podemos...

—¿A qué le temes tanto? —no podía seguir soportando la curiosidad. Me acerqué un poco y coloque mi mano en su mejilla. —Puedes decirme. Confía en mí.

—La oscuridad me trae malos recuerdos. —para hablar cerró los ojos y sentí como su cuerpo se hacía más pequeño a mi lado.

La mire sin entender.

—¿En qué sentido?

—En qué... cuando hubo esa rebelión y vinieron a buscar a mi padre a nuestra casa —hablaba rápido, como si temiera que al frenarse no pudiera volver a hablar. —estábamos solas, con mi mamá. Ella hizo que me escondiera en un armario y cerró la puerta, dejándome a oscuras. Yo... —sus ojos se llenaron de lágrimas y se los tapó con las manos. —escuché todo, como le dispararon. Cuando se fueron salí y....

—¿Estaba...? —bajé mi mano hacia su hombro y con el otro brazo la atraje hacia mi.

—No. —comenzó a llorar, desconsolada, sus manos se aferraron a mis hombros. Me estaba enterrando un cuchillo en el pecho, no podía verla llorar, lo odiaba. —Ella seguía con vida pero sangraba mucho, no sabía qué hacer. Si hubiera sabido ella tal vez no hubiera muerto. Me prometí que nunca más me sucedería algo así... que nunca más dejaría morir a alguien. —ahora entendía muchas cosas de ella y me sentía horrible por haberle preguntado.

—Olivia eras una niña. No puedes culparte por eso. —intenté en vano hacerla sentir mejor, seguía llorando y cada vez más.

—No era una niña, tenía 13. Tendría que haber hecho algo. Simplemente me paralice y me quedé mirando.

La abracé con mucha fuerza.

—No eres la responsable de la muerte de tu madre. —sabía lo que se sentía; el pensarse responsable de algo que no puedes controlar.

—Cuando mi papá llegó ella ya había muerto. Intentó ayudarla pero no lo logró. Él jamás volvió a ser el mismo. Creo que mi padre me odia, me culpa por lo que pasó. Tampoco volvió a ser el mismo conmigo, él me culpa por lo que pasó. 

Ya no lloraba pero su voz me decía que podía volver a hacerlo en cualquier momento.

—Estoy seguro de que no te culpa. Creo que es pésimo padre para ti en este momento, pero sé que no te ha culpado ni una vez. Tal vez no sabe qué decir.

—¿Cómo lo sabes? —levantó la mirada, sus ojos estaban rojos, hinchados.

—Porque yo no lo haría. Porque eras una niña y estabas asustada. Todo su rencor se volcó a nosotros... no en ti.

—Él los odia, yo siempre creí que era justificado, pero... no lo es. —de pronto se incorporó y comenzó a caminar a mi alrededor.

—No todos somos iguales. Lo sé, pero él no lo sabe. Cree que todos somos como quiénes mataron a tu madre. —la seguía con la mirada, intentando comprender qué era lo que le sucedía.

No podía creerlo, estaba defendiendo a ese tipo, pero, sabía que era lo que ella necesitaba en ese momento. Me abrazó.

—Gracias. —no pude evitar sentirme orgulloso de mí mismo por haber logrado ayudarla. —Jamás había hablado de esto con nadie. Ni siquiera con mi hermano. —volvió a sentarse y suspiro. —Siento que le fallé y más ahora que sé todo lo que tuvo que sufrir sin ella a su lado, para ayudarlo.

—Shia tampoco te culpa, la única que ha cargado con ese peso todo este tiempo eres tú.

—Es horrible tener esa imagen en mi mente. Cada vez que estoy a oscuras, la veo. Las veces que no la vi fue cuando...

—¿Cuando estaba contigo? —pregunté con una tonta sonrisa en mi rostro; en respuesta, ella sonrió y asintió.

Me estaba matando. No lo creía posible pero cada vez sentía que la amaba más y... ya no me importaba si no me correspondía o si no se animaba a decirlo. Era lo que sentía.

*****

Olivia:

Lo amo. Ese era el único maldito pensamiento que me corría por la mente, pero mi boca era incapaz de decirlo.

Te amo William Thomas Dunne. Era una simple oración, pero no podía decirla.

—Deberíamos volver con los demás. —dijo de repente. Asentí.

*****

—Pensamos que se quedarían allí por siempre. —comentó Shia cuando nos acercamos. Me ruboricé por completo.

—Shia... —dijo Trevor en tono de regaño. —Es bueno volver a verte Liv. En otras circunstancias.

—Lo mismo digo Trev. —respondí sonriendo. —Lamento mucho la forma en la que reaccione. —me senté cerca de ellos y le sonreí a mi hermano.

—Está olvidado, en serio. —sentí un gran alivio, la realidad es que me sentía muy mal por la reacción que había tenido aquella noche.

—Muy bien. Miren lo que nuestro querido Edgar nos trajo. ¡Cervezas! —Nick y Edgar se acercaron; tenían una gran heladera portátil.

—¿De dónde sacaste esto? —preguntó Will sentándose a mi lado y tomando una cerveza que le ofrecía su hermano.




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