Está frente a mí, con una postura de superioridad, sus ojos impregnados de oscuridad, sin una pisca de remordimiento, mientras sostiene con su mano dominante una espada maldita de muramasa, la otra mano elevada, entre sus dedos un corazón recién profanado, creando un camino de sangre hasta su codo donde se convierten en gotas para la tierra seca. La victima de aquella reina yace en el suelo sin vida, con restos de lágrimas sobre sus ya pálidas mejillas. Una fila de personas esperando entre pánico y desespero su inevitable destino.
Pero la muerte es el mínimo castigo para todos aquellos que desobedecieron las reglas; a la muerte se le conoce como un regalo bondadoso obsequiado por ella.
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Editado: 12.11.2024