La última década de vida en la tierra Media, muchos años antes de que llegaran los imperios o reyes de la Europa antigua; un poderoso mal se había levantado en contra de la paz y la prosperidad del mundo. Nadie le había visto antes, no había quién le conociese...
Antes que alguien pudiese ponerse en su contra para detenerle, todo su poder se desató sin presedentes.
Para esa época las personas vivían en paz, haciendo sus vidas como mejor les parecía. En algunas regiones del mundo habían monarcas supremos, fundadores de las ciudades fortificadas, en otros lugares simples alguaciles que velaban por el bien de todo el pueblo. Cultivaban sus alimentos, trabajaban en sus propias tierras y fructificaban a la par de sus esfuerzos.
Las guerras entre los reinos habían cesado. Las naciones formadas durante siglos habían llegado a un acuerdo de paz, comercializando mercancía entre sí, manteniendo fértil sus tierras y evitando las muertes al máximo.
Lo único que se escuchaba de las guerras eran meros recuerdos del pasado, uno que no volvería gracias a las ambiciones saciadas de cada rey. Pero así como se olvidaron de las guerras, dejaron que en sus memorias se perdieran las profecías, aquellas que advertían el futuro de las naciones... Ellas decían:
"El fuego se elevará desde el Infierno para consumirlo todo. La venganza no tendrá límites y le tierra será desolada. Las familias perderán a sus hijos, los hogares quedarán desolados, el fuego de las chimeneas solo será cenizas...
El momento llegrará cuando menos se espera y como ladrón que roba por sorpresa, así el mal acabará con la paz y la prosperidad de los reinos. Cesará el bien y se encenderá la llama del mal..."
Los reyes de su momento oyeron atentamente las palabras que eran profetizadas, esperando tener el tiempo suficiente para prepararse. Los ejércitos crecían día a día, los hombres alistados para la batalla sobrepasaban los límites nunca antes conquistados. Quién o qué vendría sobre ellos para vengarse, era una intriga constante, pero... fuese dragón, mago o bestia, se enfrentaría a toda la ira de la humanidad...
Mas...
Los años pasaron, las décadas se volvieron siglos, las generaciones sustituyeron a sus antepasados y las palabras de la profecía se olvidaron poco a poco. Cada rey que venía detrás del otro creía un poco menos en esas palabras. Medio milenio de paz, siete generaciones de hombres y reinos prósperos. ¿Quién sería capaz de apostar por el fin de los tiempos, si tan solo eran palabras maltrechas por los años que quienes profetizaban siquiera vivían en la actualidad?
Pero como la profecía decía... llegó cuando menos se lo esperaban...
Un poderoso mal, que quienes lograron huir lo describieron como; un demonio con garras y cuernos que se coronaba de fuego y su capa era la misma oscuridad, atravesó los fortificados muros de Gungur, el reino más poderoso del momento.
El fuego se vio a miles de estadios de distancia... el humo trascendía la altura de las montañas y los gemidos de su pueblo se oían en el eco de la tierra. Los muros se derrumbaron, las casas fueron destruidas; reducidas a escombros, las calles se partieron por grietas profundas, el castillo se cayó a pedazos. Las llamas todo lo consumieron y de su ira pocos sobrevivieron.
Cuando el resto de las naciones oyeron sobre este mal, que algunos le bautizaron como: Garra, intentaron prepararse, tomar sus armas y luchar... pero fue muy tarde.
Los emisarios de Garra, bestias malignas, sin corazón ni sentimientos, de aterradora apariencia, de gran tamaño y fuerza, se esparcieron por la tierra. Su misión; acabar con los humanos reveldes y capturar a los supervivientes. Pero... ¿con qué fin? Eso solo lo sabía él.
Se desató una masacre. Centenares de hombres valientes, padres de familias, hijos de voluntad de acero, mujeres con deseo de ver crecer a sus retoños, mostraron resistencia. Se pararon firme a defender su nación, su pueblo, sus casas...
Las espadas oxidadas, envainadas en cuartos antiguos que no se abrían por siglos, no dieron a basto para los deseos de sobrevivir. Pero incluso así, el mal estuvo más preparado... Las bestias, que poco tiempo después fueron llamados "Bichos" por su espantoso aspecto, tenían fuerza descomunal y poderes sobrenaturales. Como los dragones, escupían fuego, eran imperceptibles y algunos gigantes. No importaba cuántos luchasen o qué tan bien blandiesen la espada, la multitud de monstruos les acababan sin vacilar.