El nacer de una leyenda

Encuentro en Humin

      Los días ya no eran de vida, sino de supervivencia. Haber tenido la posibilidad de vivir el día anterior, no aseguraba la supervivencia del presente. Muchas personas comenzaban a agruparse para defenderse entre sí y sentirse más confiados en compañía de otros de su especie. 

      Las voces comenzaban a oírse, sus nombres empezaban a resonar en los oídos de los que luchaban por vivir. Dos personas, valientes y podersos peleaban para defenderles. Aún quedaba alguien que estaba dispuesto a luchar por el bien de la raza humana. Phoenix y Erika eran los nuevos héroes de la época, los únicos nombres que salían con más frecuencia de la boca de los hombres, después de Garra. 

      Eran ya muchos hombres y mujeres que habían sido rescatados por estos dos salvadores. Los bichos comenzaban a verles como sus peores enemigos. Las bajas más grandes eran evidentes desde su llegada. El ejército de Garra se veía debilitado en cada enfrentamiento en el que ellos estaban involucrados. Eran la nueva prioridad para el rey del mundo. 

      El maestro y su aprendiz moraban en el Bosque Oscuro, al este, apartado de las ciudades y muy lejos de Gungur, el reino central de Garra. Desde allí llegaban a todos los pueblos, bosques, cuevas y caminos donde los humanos eran atacados, y les rescataban. Phoenix en su meditación diaría lograba oír el gemir de las personas que corrían peligro, e incluso, con su telepatía podía ver, como en visiones, el avanzar del enemigo. Así era cómo llegaban a tiempo para salvar a las víctimas.

 

      Phoenix meditaba como cada día, al tiempo que Erika trabajaba en su entrenamiento. En las profundidades del Bosque Oscuro no corrían peligro de ser descubiertos. Los bichos jamás llegaban a cruzar su limitación y nunca antes habían ingresado a él. Según las leyendas urbanas, del otro lado del bosque, monstruos gigantes moraban esas tierras, de forma que ningún hombre jamás había intentado reclamar ese territorio. Y si no habían hombres, entonces a Garra no le importaba. Era allí donde Phoenix había llevado a todas las personas que pudo salvar, formando un refugio de fugitivos. Así se aseguraba que antes de que los emisarios del rey tocasen a los sobrevivientes, tendrían que cruzar el bosque, donde ellos habitaban.

      Como las brujas, que sin manos no podían hacer mágia o sin su lengua no profesaban hechizos, los magos guardianes de la tierra Media, debían hacer uso de un amuleto para canalizar todo su poder. Por experiencia, Phoenix prefería los cetros; baras largas de madera o hierro, con tallados y rocas preciosas en el extremo superior. Con él les era posible dirigir sus ataques como pelear mano a mano, facilitando el combate.

      Erika, la joven de cabellos castaños, llamativos como el color del chocolate, ojos verdes y estatura promedio, portaba un cetro de hierro grisaceo, que había extraido del mango del martillo que su padre había usado en la batalla de Lerrum y en su extremo llevaba un rubí, trabajado para llevar la forma de una gota de fuego. Desde que su maestro le había ayudado a forjarlo, su control había crecido a grandes escalas. No había un día en que no se entrenase para la batalla. Sus movimientos debían ser perfeccionados día tras día, mejorando su rendimiento en la guerra.

      Sus contrincantes, piedras encantadas para tomar vida y atacarle, ya no eran rivales lo suficientemente fuertes para ella. El calor de la guerra, desde su juventud le había forjado. No aceptaba la derrota y no se daba por vencida. Su elemento principal era el fuego, un poder que dominaba a la perfección y que podía invocar hasta hacer desaparecer todo el bosque si le parecía necesario. Su belicosidad le distraía de el resto de los aspectos de la magia, como lo eran: la meditación, las visiones y la estrategia. Tenía dentro de sí el deseo de ser la mejor, hasta transformarse en una guerdiana como su maestro.

      En ocaciones no podía evitar creer que dentro de sí estaba la elegida y que cuando su entrenamiento acabara, la leyenda se despertaría en ella y terminaría con la desolación del mundo. Pero Phoenix le había advertido que no era su destino...

 

     -Sigues creyendo que si no pulverizas a tu enemigo no has ganado -advirtió su maestro, sin necesidad de tener sus ojos abiertos para saber sus movimientos.

Las sugerencias y enseñanzas de Phoenix comenzaban a causar malestar en Erika. Ella entendía que era capaz de dar más de lo que le permitía.

      -Un bicho no dejará de dar pelea hasta que no esté completamente acabado -aclaró su aprendiz.

      -Eso no quiere decir que debas desgastar tantas energías en vencer a uno solo, habiendo ataques igualmente efectivos y mucho más sencillos.

      Hacía cinco años que estaban juntos, luchando a la par para proteger la tierra y entrenando para ser mejores diariamente. Ambos se entendían muy bien y no importando lo que pasara, nunca dejarían de verse como una familia.

      -Todo sería mejor si te parases y me enseñases tú mismo -dijo ella, intentando provocarle.



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En el texto hay: accion, aventura, magia

Editado: 25.06.2018

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