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En un espacio donde el tiempo no tenía significado, un lugar donde los siglos pasaban en un suspiro y los instantes podían durar eternidades, la Diosa del Génesis observaba el vasto tapiz de la existencia.
Desde su trono eterno, en ese dominio suspendido más allá de las leyes mortales y cualquier influencia exterior, la Diosa veía con claridad el flujo de la creación y los ecos del futuro.
Era en estos ecos del porvenir donde la Diosa detectaba habitualmente cualquier amenaza que pudiera surgir, enfrentándola con la sabiduría de eras infinitas.
Pero esta vez, algo era diferente. Por primera vez desde el principio de los tiempos, la Diosa no podía ver con exactitud la naturaleza de la oscuridad que se cernía sobre el mundo.
Una sombra indistinta, amorfa e inquietante, se escondía entre los hilos del destino, escapando incluso de su mirada omnisciente.
Conscientes del peligro inminente, la Diosa, en conjunto con otras entidades divinas, tomaron una decisión que alteraría el destino de los mortales.
En lo más profundo de su ser, modeló una nueva alma, pura y brillante, destinada a una misión especial.
Esta alma no era como las demás, pues llevaría consigo fragmentos de la conciencia divina, un destello de esencia ancestral necesario para prevenir la calamidad que se avecinaba.
Con un suave gesto, la Diosa del Génesis tejió esta alma y la introdujo en el cuerpo de un pequeño niño de cinco años, travieso y vulnerable, de aspecto moribundo que descansaba en las raíces de un árbol.
En ese entonces, el cuerpo del infante yacía como un frágil cascarón vacío, maltratado por la crueldad del destino. Su alma original ya había abandonado su cuerpo, dejando tras de sí un rastro de dolor silencioso.
En su pequeño pecho, una herida profunda y mortal infligida por garras afiladas, probablemente de un feroz depredador, daba testimonio de su trágico final. La sangre, apenas seca, había dejado de brotar de la herida, y los ojos del niño que alguna vez derramaron lágrimas, se encontraban ahora vacíos y apagados por la muerte.
Conmovida por esta visión, la Diosa del Génesis extendió su poder sanador sobre el cuerpo maltrecho. Bajo su toque divino, la carne desgarrada comenzó a cerrarse, la herida mortal se suavizó y los signos de sufrimiento se desvanecieron. Aunque el cuerpo del niño aún llevaba cicatrices, ya no era más un receptáculo roto, sino uno digno de albergar la nueva alma que la Diosa había creado con tanto cuidado.
Con su obra casi completada, la Diosa infundió en el cuerpo restaurado la brillante alma, dándole así una nueva oportunidad de vivir, una vida destinada a cambiar el curso del futuro.
Pero, para asegurarse de que el niño creciera preparado para su destino, la Diosa trajo consigo un espíritu superior. Un ser antiguo cuya forma adoptó la figura de un enigmático felino doméstico de pelaje negro.
—Ya estoy aquí, mi señora. ¿Cuál es mi deber?
—Permanece al lado de este pequeño y asegúrate que esté al tanto de la situación cuando despierte. Nos reuniremos en la tercera noche. —explicó la Diosa mientras acariciaba la mejilla del pequeño niño.
Se notaba en su expresión la ternura que sentía, como una madre que velaba por su querido hijo.
—Como ordene, mi señora.
Este espíritu, elegante y misterioso, tendría la tarea de guiar y asistir al niño.
—Por cierto, ¿qué te parece tu nuevo cuerpo? ¿Te gusta? —preguntó la Diosa, mirando con interés al espíritu en su forma gatuna que se paseaba elegantemente a su lado.
—¡Me encanta! Esta cosa se llama 'gato', ¿verdad? —expresó el espíritu, con un tono claramente encantado—. Es ágil, sigiloso y tiene un aire refinado. Además, estos bigotes... ¡son bastante divertidos!
—Me alegra que te sientas cómodo —dijo la Diosa con una sonrisa, divertida por la reacción de su vasallo—. Necesitarás esas cualidades para cumplir con tu tarea, además de que te será más sencillo pasar desapercibido con esa forma.
—No te preocupes, estaré a la altura —el espíritu ronroneó satisfecho y con confianza—. Por cierto, mi señora. ¿Cómo se encuentra?
—No muy bien —respondió la Diosa apartando su mano del pequeño—. Forzar mi aparición de este modo hace que mi fuerza se consuma en grandes cantidades. Debo regresar al reino divino o el día de mi retorno se extenderá mucho más de lo que debería.
—Entonces, debe regresar lo antes posible. No debería quedarse aquí por más tiempo.
El espíritu con forma gatuna expresó su preocupación por la Diosa Genesis, y está le sonrió.
—Bien bien, ya me marcho. Nos veremos pronto.
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Editado: 05.10.2024