La niña de Cristal
Mañanas llenas de llovizna, donde el frio se cuela por toda la habitación, su respiración impregnaba el aire de una leve neblina. Su andar era tenue como el caminar de las gacelas.
Piel pálida necesitada del brillo dorado del sol, su larga cabellera cubría su diminuta espalda. Una mirada pasiva que apagaba todo brillo de felicidad.
Sola en la negrura, ella deseaba salir de su jaula de cristal, las ventanas eran las puertas que la conllevaban a la libertad. Ella solo deseaba un amigo, una compañía en su eterna soledad. Miraba siempre aquel mundo del cual ella quería ser parte, pero no comprendía por que no era recibida de forma grata en el mismo. Cansada de la monotonía, ella quería una salida.
Fue allí cuando conoció a aquel bello ser que la acompaño en su sufrir. Un niño como los que abundan más allá del cercado de su jardín, aun así había algo distinto en él, que lo destacaba de los demás. Nunca la dejo sola, y con el pasar del tiempo se dio cuenta que solo ella era capaz de verle, aquel niño que le alegraba su existir.
Piel blanquecina, tan blanca y transparente como si de nieve se tratase, eso le preocupaba a la niña porque pensaba que este enfermo se encontraba, pero nunca lo vio sentir algún dolor como el que ella sufría. Era feliz, su ánimo mejoraba tras el pasar de los días, ya el dolor menguaba y los medicamentos se volvieron como dulces en su paladar.
Aun así no lograba desaparecer el vacío en su mirar. Los susurros al oído del clamor maternal ya no tenían efecto alguno sobre ella. El dolor la fue consumiendo por completo. Tras cada inyección, su amigo se iba desaparecido, no entendía el porqué de su desgracia. Era tan joven, pura e inocente que solo llegaba a contar los dedos de sus manos.
El tiempo transcurría y su mirada suplicaba un alivio momentáneo. Tras las paredes se escuchaba el inconsolable llanto de aquella madre, que ansiaba una cura inmediata. El sol resplandecía y se colaba por cada esquina de la jaula en la cual a la niña se sentía oprimida.
Agradeció a quien fuera el que le haya dado la dicha de sentir aquellos rayos de vida colarse por su piel y de pronto sintió aquella familiar voz que tanta calma le daba a su adolorido corazón.
Los rayos de aquel hermoso sol, hicieron resplandecer la blancura de aquel niño y de su dorada cabellera brotaban brillos sobre todo el lugar, dándole vida a aquel sombrío hogar. Aquella niña era feliz con la compañía de su amigo, sin darse cuenta de que su estado empeoraba y el llanto de su madre era cada vez más inconsolable.
Un día aquella niña ya no pudo jugar más con su amigo, su cama se había vuelto más rígida y sus brazos mostraban una explosión de colores entre los tonos morados llegando hasta tonos rojizos a causa de las constantes intervenciones médicas y aquella madre solo se limitaba a acariciarla mientras ella dormida se encontraba.
La niña y su amigo ya no jugaban, pero ella estaba feliz porque ya se acercaba su partida y el dolor se había vuelto más manejable para ella, y supo que se acercaba a aquel lugar feliz, donde jugaría y ya no tendría que mirar desde las frías ventanas empañadas.
Llego el día, donde todo terminaría para aquella niña, su estado se fue deteriorando tras el pasar de los días, su cuerpecito ya no reaccionaba a los tratamientos, seguía con vida y dando sus últimos respiros gracias a maquinas que la mantenían atada a este mundo al cual ella ya no pertenecía.
Ella y su amigo ya estaban listos, los médicos recibieron la respuesta de aquella madre que entre sollozos incontrolables dejo descansar y darle el ultimo pitido de las maquinas, aquella dama acerco los labios a su amado tesoro y con aquel beso escapo el último suspiro de la niña de cristal.
Una calma se propago por todo el lugar, a su lado yacía su joven retoño acompañado de un hermoso niño con la apariencia de un ángel que tomaba de la mano a su hija partiendo entre las nubes, desde aquella ventana donde su niña siempre miraba hacia el exterior que nunca conoció dejando a su madre sin habla y con lágrimas aun en sus ojos.