Axel y Kiel no se conocen.
Aún no.
Viven a pocas calles de distancia, respiran el mismo aire, caminan en los mismos pasillos del instituto, pero pertenecen a mundos distintos.
Axel, el chico que prefiere los códigos a las conversaciones, que encuentra en la pantalla el silencio que su casa no le da.
Kiel, el chico que parece tenerlo todo: la sonrisa, las miradas, la atención. Nadie nota las grietas bajo la piel, ni los gritos detrás de la puerta cerrada.
Axel vive con su madre y su hermana, en un hogar donde el amor existe, pero a veces se esconde entre susurros y verdades incompletas.
Kiel vive con sus padres, en una casa más grande, más fría, donde las paredes han aprendido a guardar secretos que duelen.
Uno teme ser descubierto.
El otro teme que nadie lo vea realmente.
Sus caminos están destinados a cruzarse, no con un golpe de suerte, sino con una coincidencia que nadie planeó.
Una tarea. Un encuentro. Un simple “hola” que cambiará el curso de dos vidas.
Porque a veces el destino no llega con ruido.
A veces aparece en forma de mirada,
de silencio compartido,
de dos corazones que aprenden, poco a poco,
donde no hay barrera, código ni máscara capaz de protegerlos del amor.