Llegar a casa nunca había sido un alivio completo. La casa estaba tranquila, silenciosa salvo por el zumbido del refrigerador y el tic-tac del reloj en la sala. Aun así, entrar por la puerta después del caos del patio me dio una sensación extraña de seguridad, como si, por un instante, el mundo pudiera esperar afuera.
Mi hermana estaba en la cocina, riendo con su novia mientras preparaban algo que olía a chocolate y canela. El aroma se mezclaba con la luz cálida de las lámparas, y por un momento quise quedarme allí para siempre, atrapado en esa burbuja de normalidad que parecía existir solo dentro de estas paredes.
—Hey, Axel, ¿cómo te fue hoy? —preguntó mi hermana Azel, sin apartar la mirada de la mezcla que removía con cuidado.
—Bueno… más o menos —respondí, tratando de que mi voz sonara casual. No quería hablar de lo que había pasado, pero tampoco podía fingir que todo estaba bien.
Su novia, Lessy, me miró con esa expresión que siempre me desconcertaba: mezcla de curiosidad y cuidado.
—¿Algo pasó? —preguntó suavemente.
Suspiré y me dejé caer en el sofá, dejando que mis hombros se relajaran por primera vez en horas. No era fácil poner en palabras lo que había sentido: el miedo, la humillación, la súbita intervención de alguien desconocido. Kiel. Apenas lo conocía, y sin embargo, su presencia me había calmado de manera inexplicable.
—Nada importante —dije finalmente, aunque no era del todo cierto. —Solo… cosas de la escuela.
Mi hermana Azel suspiró y se acercó, apoyando una mano sobre mi hombro.
—Sabes que siempre puedes contarnos, ¿verdad? —dijo, con una sonrisa que intentaba ser tranquilizadora.
Miré hacia la ventana, pensando en Kiel. Cuando apareció en el patio, no lo dudé. No sabía por qué, pero algo dentro de mí se inclinó hacia él, confiando en que lo que hacía era correcto.
—Solo... un día difícil —respondí, dejando que las palabras fueran vagamente ciertas. —Pero estuvo bien al final.
Lessy sonrió y se sentó a mi lado, tomando mi mano por un instante.
—Me alegra escuchar eso. A veces, los días difíciles son los que nos muestran quién está realmente ahí para nosotros.
Asentí, sintiendo un calor extraño en el pecho. Tenía sentido, de alguna forma extraña y confusa. Hoy, alguien que apenas conocía había decidido cuidarme. Nadie dijo nada. Solo hubo un acto pequeño, silencioso, y aun así poderoso.
Me recosté en el sofá, dejando que el silencio de la casa me envolviera. Miré a mi hermana y a su novia Lessy, a la cocina iluminada por la luz cálida, por primera vez en mucho tiempo, me permití respirar. El mundo afuera podía esperar. Por ahora, estaba en casa, y eso bastaba.