El Nerd Que Hackeó El Corazón Del Popular

CAPÍTULO 10. Lo que se Rompió. (Kiel)

Kiel recordaba una casa llena de risas.
Antes de que todo se apagara.

(Flashback)

Su madre solía despertarlo con canciones suaves, esas que inventaba mientras preparaba el desayuno. Le acariciaba el cabello con manos tibias y le decía que el mundo era un lugar grande y bueno, que solo tenía que aprender a mirar con el corazón.

Su padre, en esos días, llegaba temprano del trabajo, lo alzaba en brazos y lo hacía reír con bromas tontas. A veces salían a caminar los tres al parque. La vida parecía tan sencilla, tan segura, que Kiel nunca imaginó que todo pudiera desmoronarse.

Pero los meses pasaron.
La voz de su madre se volvió más fría, sus miradas más distantes. Empezó a encerrarse en su habitación durante horas, como si el cariño le pesara. Cuando él intentaba acercarse, solo recibía respuestas cortas y cansadas.

—Estoy ocupada, Kiel —decía, sin mirarlo.

Luego vino el silencio. Ese silencio que reemplaza los “te quiero” y que se instala en las paredes como una sombra.

Su padre también cambió. Primero, el trabajo se volvió una excusa: reuniones, viajes, llamadas. Luego, el cansancio se transformó en irritación.
Y la irritación, en algo peor.

Kiel todavía podía ver aquella noche en su mente: la mesa puesta, la comida fría, el reloj marcando una hora que se volvió eterna. Cuando su padre finalmente llegó, olía a rabia contenida y frustración. Su madre intentó hablar, pero las palabras chocaron contra un muro invisible.

—¿Por qué siempre llegas tarde? —preguntó ella, la voz temblando.

—Porque alguien tiene que mantener esta casa —respondió él, con un tono que heló el aire.

Kiel los observaba desde la escalera, sin entender.
El primer golpe no fue contra él, pero lo sintió igual, como si una grieta se abriera en su pecho.

Después de eso, todo se volvió rutina: los gritos, los portazos, el miedo. Su madre dejó de cantar, dejó de mirarlo. Parecía vivir en otro lugar, uno donde él ya no existía.

El padre que antes lo hacía reír empezó a usar las manos para enseñar “lecciones”.
Kiel aprendió a no llorar. Aprendió que el silencio era más seguro que las palabras, que quedarse quieto dolía menos que intentar defenderse.

Una noche, cuando el golpe cayó sobre él por primera vez, no fue tanto el dolor físico lo que lo destrozó, sino la mirada vacía en los ojos de su padre. Esa mirada que no reconocía a su propio hijo.

Desde entonces, cada vez que escuchaba pasos pesados en el pasillo, su cuerpo se tensaba por instinto.
Y aunque los años pasaron, ese miedo nunca lo abandonó del todo.

A veces, cuando se miraba al espejo, se preguntaba en qué momento todo se rompió. Cuándo sus padres dejaron de ser hogar para convertirse en recuerdos que dolían.

Kiel respiró hondo, cerró los ojos y, por un instante, deseó volver a escuchar aquella voz cálida de su madre diciéndole que todo iba a estar bien.

Solo que ahora sabía que no siempre las promesas sobreviven a la realidad.



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En el texto hay: skate, popular y nerd, lgtbq+

Editado: 28.10.2025

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