La pijamada empezó con risas, música suave y un montón de bolsas de papas fritas abiertas sobre la alfombra. Luna, emocionada como si tuviera diez años menos, había insistido en jugar a verdad o reto. Noah, por supuesto, se apuntó de inmediato.
—Bien, pero sin cosas raras —dijo Axel, riendo—. Conociéndote, Luna, seguro terminas haciendo que alguien baile encima de la mesa.
—¿Yo? —fingió indignarse ella—. Jamás haría algo así.
(Lo haría, y todos lo sabían).
Kiel estaba recostado contra el sofá, observando en silencio mientras Luna giraba una botella vacía de jugo. La primera ronda fue tranquila: confesiones tontas, retos pequeños, bromas que hicieron reír incluso a Axel, que normalmente era más reservado.
—Axel, verdad o reto —dijo Luna, sonriendo como una gata al acecho.
Axel suspiró.
—Verdad.
—Típico —bufó Noah—. Nunca eliges reto.
—No quiero terminar corriendo por el patio a medianoche —replicó Axel, cruzado de brazos.
Luna pensó un segundo.
—Ok, verdad… ¿Quién te cae mejor de este grupo?
Axel miró alrededor. Luna sonreía, Noah esperaba divertido y Kiel lo observaba en silencio, con los brazos cruzados.
—Noah cocina bien, pero Luna me hace reír. Y Kiel… —hizo una pausa—, bueno, él me salvó. Así que… empate.
Kiel no dijo nada, pero en su rostro apareció una sombra de sonrisa.
La botella giró de nuevo. Esta vez apuntó hacia Kiel.
—Verdad o reto —preguntó Noah con una ceja levantada.
—Verdad —respondió sin dudar.
—No puedes elegir verdad también, eso es trampa —dijo Luna, dándole un golpe con un cojín.
Kiel suspiró y cedió.
—Bien, reto.
—Perfecto —respondió Noah, con tono travieso—. Mírate en los ojos de la persona a tu izquierda por diez segundos. Sin hablar.
El corazón de Axel dio un salto. A su izquierda estaba él.
Kiel levantó la vista despacio, y durante esos diez segundos que parecieron una eternidad, solo se miraron. Ninguno sonrió, ninguno apartó la mirada. Era como si se estuvieran entendiendo sin palabras.
—Ok, tiempo —dijo Luna, sonriendo con complicidad—. Creo que ya hubo suficiente electricidad en el aire.
Noah estalló en una carcajada, y el juego continuó entre bromas y retos cada vez más absurdos.
Cuando el reloj marcó casi la una de la madrugada, el cansancio los venció.
—Solo hay dos habitaciones —anunció Luna, bostezando—. Así que Noah y yo dormimos aquí —señaló una cama—, y ustedes allá.
Axel y Kiel se miraron un instante. Ninguno protestó.
El silencio llenó la habitación una vez las luces se apagaron. Noah y Luna murmuraban algo en la otra cama, sus risas se fueron apagando hasta que quedaron dormidos.
Axel, con los ojos entreabiertos, sintió el peso del día cayendo sobre él. Giró levemente, buscando una posición cómoda, y sin darse cuenta, su brazo se deslizó hasta rodear el torso de Kiel.
Kiel se tensó al principio, sorprendido.
Lo miró, en la penumbra, con el rostro relajado entre la respiración tranquila del sueño. Algo en esa vulnerabilidad lo desarmó. No lo apartó.
Después de un momento, simplemente lo dejó así… y, casi sin pensarlo, le devolvió el abrazo.
La calma fue total.
Dos respiraciones acompasadas. Dos pasados que, por un instante, parecieron dejar de doler.
Por la mañana, el sol entró por la ventana y un clic suave rompió el silencio.
—No puede ser —susurró Luna, tapándose la boca para no reír—. Mira esto, Noah.
En la pantalla de su teléfono, la foto era perfecta: Axel y Kiel dormidos, abrazados, con la luz de la mañana cayendo sobre ellos.
Noah se echó a reír.
—Van a matarte si ven eso.
—Tal vez —dijo ella con una sonrisa traviesa—, pero valdrá la pena.
Y mientras ambos salían del cuarto riendo, la imagen quedó ahí, guardada en el teléfono…
y, sin saberlo, en algo mucho más difícil de borrar.