El viernes por la tarde tenía ese aire de fin de semana que se colaba por las calles: el ruido de la gente, el cielo dorado, y la promesa de unas horas sin pensar en tareas ni exámenes.
Luna daba vueltas frente al espejo por décima vez.
—¿Así está bien? ¿O demasiado? —preguntó girando sobre sí misma.
Su madre desde el pasillo sonrió.
—Vas perfecta, cariño.
Mientras tanto, Noah revisaba el reloj una y otra vez frente a su casa. Fingía calma, pero su pierna se movía nerviosa. Cuando por fin decidió salir, llevaba una chaqueta oscura y un ramo pequeño de flores que había comprado a último momento “sin intención”, según él.
Caminó hasta la casa de Luna, respirando hondo antes de tocar el timbre.
Ella abrió la puerta con una sonrisa tan grande que Noah se quedó callado un segundo.
—Hola —dijo finalmente, algo torpe—. Estás… wow.
Luna rio, bajando la mirada.
—Y tú pareces nervioso.
—No, solo… bueno, un poco —admitió él.
—Tranquilo, no muerdo —dijo ella, cerrando la puerta detrás de sí—. ¿Vamos?
Noah asintió y le dio el ramo de flores, ella lo aceptó algo tímida y caminaron juntos hacia el cine, riendo por tonterías y compartiendo miradas que duraban más de lo normal.
Al otro lado del barrio, Axel acomodaba los libros sobre la mesa del comedor. Había preparado dos vasos de jugo y un plato con galletas, “por si acaso”, se decía a sí mismo, aunque no sabía exactamente para qué.
El timbre sonó.
Axel fue a abrir, y ahí estaba Kiel, con su mochila colgada al hombro y una sonrisa ligera.
—Hola —dijo—. ¿Listo para una tarde de estudio?
—Más o menos. Pero pasa —respondió Axel, haciéndose a un lado.
Kiel entró y miró alrededor.
—Tienes una casa tranquila.
—Cuando mi hermana no pone música, sí —bromeó Axel.
Se sentaron, abrieron los cuadernos y comenzaron a estudiar. Durante un rato hablaron de historia, fechas y guerras, pero poco a poco las conversaciones se fueron desviando hacia todo lo demás: música, series, el colegio.
—Nunca te había visto tan concentrado —comentó Kiel, sonriendo.
—Tú tampoco te distraes tanto como aparentas —le respondió Axel.
Rieron. El ambiente se sentía ligero, cómodo.
En un momento, Axel mencionó casualmente una película que había querido volver a ver, una de esas que siempre recomendaba pero nadie quería acompañarlo a ver.
Kiel lo miró con curiosidad.
—¿La tienes?
—Sí. —Axel señaló el televisor—. La descargué hace un tiempo.
—Entonces ya está —dijo Kiel, dejando el lápiz a un lado—. Terminamos de estudiar y la vemos.
Axel lo miró, algo sorprendido.
—¿Quieres verla?
—Claro. Dijiste que era buena, ¿no? —respondió Kiel con una sonrisa que desarmaba.
Mientras tanto, Luna y Noah llegaban al cine.
Las luces de neón iluminaban sus rostros mientras hacían fila. Noah llevaba las entradas en la mano, intentando no parecer demasiado formal.
—¿Palomitas dulces o saladas? —preguntó él.
—Mitad y mitad —respondió Luna, divertida—. Así no peleamos.
Durante la película, sus manos se rozaron en el apoyabrazos y ninguno las apartó.
Cuando la escena más tierna apareció en pantalla, Luna lo miró de reojo.
Noah, notando su mirada, le sonrió.
Y sin decir nada, entre risas contenidas, sus dedos se entrelazaron con timidez.
En la casa de Axel, la película avanzaba en silencio.
El televisor iluminaba la sala en tonos azulados, y los dos estaban recostados en el sofá, cada uno con una manta sobre las piernas.
En la pantalla, los protagonistas hablaban de huir, de buscar algo real.
Axel, absorto, no notó que Kiel lo miraba de reojo.
—Entiendo por qué te gusta —dijo Kiel, rompiendo el silencio—. No es tanto la historia, sino cómo se sienten los personajes.
Axel sonrió apenas.
—Sí. Es como… si lo importante fuera lo que no dicen.
—Exacto —asintió Kiel, mirándolo con atención—. A veces eso pesa más que cualquier palabra.
Axel lo miró de vuelta, y por un instante el aire se volvió distinto, más denso, más cálido.
No era algo incómodo, era como si ambos entendieran algo sin tener que decirlo.
Kiel bajó la mirada, sonriendo apenas.
—Perdón, me puse filosófico.
—No pasa nada —dijo Axel, con una risa suave—. Me gusta cuando hablas así.
El silencio volvió, pero ahora tenía un pulso distinto, casi eléctrico.
Cuando la película terminóen el cine, Luna y Noah salieron bajo la luz de los postes.
—¿Te gustó? —preguntó él.
—Muchísimo —respondió ella, abrazándose los brazos—. Aunque lo mejor fue la compañía.
Noah sonrió, tímido, bajando la mirada.
—Podríamos hacerlo otra vez —dijo él.
—Podríamos —repitió Luna, y esta vez fue ella quien le tomó la mano.
Esa noche, Kiel se despidió en la puerta de Axel.
—Gracias por ver la película conmigo —dijo Axel, intentando sonar casual.
—Gracias por dejarme quedarme tanto rato —respondió Kiel, con una sonrisa leve.
Hubo un segundo en el que ninguno se movió.
Solo se miraron, con esa calma que decía más que cualquier palabra.
—Nos vemos el lunes —dijo finalmente Kiel.
—Sí —contestó Axel.
Cuando la puerta se cerró, Axel apoyó la espalda en ella, con una sonrisa que no podía borrar.
A veces las mejores noches eran las que parecían no tener nada especial y terminaban significándolo todo.