El cielo estaba teñido de naranja, como si el sol se despidiera lentamente del día.
El parque olía a césped recién cortado, y el viento movía las hojas de los árboles con un susurro suave.
Era el escenario perfecto.
O al menos eso pensaba Noah, mientras sostenía un ramo de flores en una mano y una caja de bombones en la otra.
—¿Seguro que esto no se ve ridículo? —preguntó, mirando a sus dos “cómplices” detrás de él.
Axel soltó una carcajada.
—Ridículo sí, pero tierno también. Ella va a derretirse.
Kiel asintió, ajustando el cuello de su chaqueta.
—Tranquilo, está todo bien. Solo sé natural.
—¿Natural? —repitió Noah—. ¡Me tiembla hasta el alma!
Axel le dio una palmada en la espalda.
—Pues que te tiemble con estilo, hermano.
Luna estaba por llegar. Lo sabían porque cada dos segundos Noah miraba su reloj, se peinaba el mismo mechón y murmuraba frases de práctica.
Kiel y Axel intercambiaron una mirada cómplice y se escondieron detrás de un arbusto cercano.
—¿De verdad tenemos que escondernos aquí? —susurró Axel, agachándose.
—Fue idea tuya —respondió Kiel, aguantando la risa.
—Sí, pero no pensé que el arbusto picara tanto.
—Axel se movió, intentando no hacer ruido.
Kiel negó con la cabeza, divertido.
—Shh, ahí viene.
Luna apareció entre los árboles, con una falda ligera y el cabello suelto, sonriendo como siempre.
Noah se enderezó, tragando saliva, y caminó hacia ella con paso torpe.
—¿Me llamaste para… hablar? —preguntó ella, curiosa.
—Sí, bueno… —Noah levantó las cosas que llevaba—. Esto es para ti.
Luna lo miró, sorprendida.
—¿Flores? ¿Bombones? ¿Y… un peluche? —sonrió—. ¿Es un hurón?
Noah asintió, nervioso.
—Dijiste una vez que era tu animal favorito. Así que…
Ella lo miró, con los ojos brillando a la luz del atardecer.
—Noah…
Él respiró hondo, reuniendo todo el valor que tenía.
—Luna, me gustas. No desde hace poco, sino desde hace mucho. Eres divertida, intensa, imposible de ignorar... Cada día contigo se siente menos gris. No sé si soy bueno diciendo esto, pero tenía que decírtelo.
El silencio se detuvo unos segundos. Solo el sonido de las hojas moviéndose llenaba el aire.
Desde el arbusto, Axel se apretó el pecho.
—Dios, eso fue demasiado tierno.
Kiel le dio un leve codazo para que se callara.
Luna sonrió, bajando la mirada, y dio un paso hacia Noah.
—Tardaste —susurró.
Él levantó la vista, confundido.
—¿Qué?
—Que sí, tonto —rió ella—. Claro que sí.
Y sin más, se lanzó a abrazarlo. Noah soltó los bombones al suelo, pero ni le importó.
Luna se rió, apoyando la cabeza en su hombro.
Detrás del arbusto, Axel se emocionó tanto que dio un pequeño grito contenido.
—¡Sí! ¡Lo logró!
Pero en su entusiasmo, perdió el equilibrio, tropezó con una raíz y cayó de lleno…
Encima de Kiel.
—¡Axel! —soltó Kiel, medio ahogado, intentando apartarlo mientras el arbusto crujía.
Axel se quedó un segundo sin aire, con el rostro tan cerca del de Kiel que pudo sentir el calor de su respiración.
El tiempo pareció detenerse.
Los ojos de Kiel se abrieron apenas, confusos, pero no se movió.
Axel se sonrojó al instante, intentando apartarse sin éxito.
—¡Lo siento! ¡No fue mi intención!
Kiel se rió, una risa baja, nerviosa.
—Tranquilo… aunque casi me rompes una costilla.
—Lo siento, lo siento —repitió Axel, intentando recomponerse mientras ambos seguían enredados entre ramas y hojas.
Desde su lugar, Noah y Luna se separaron del abrazo, girando al escuchar el ruido.
Luna entrecerró los ojos.
—¿Eso fue…?
Y antes de que Axel lograra levantarse, los dos los vieron asomar entre el follaje.
Axel con la cara roja. Kiel aguantando la risa.
—¿Estaban espiándonos? —preguntó Luna, cruzándose de brazos.
Axel abrió la boca para justificarse, pero Noah levantó una ceja, divertido.
—¿Y por qué parece que se estaban… abrazando ustedes también?
El silencio duró un segundo eterno.
Hasta que Kiel estalló en risa.
Axel lo siguió, entre avergonzado y divertido.
Luna y Noah negaron con la cabeza, riendo también.
Y así, con el sol escondiéndose tras los árboles, los cuatro terminaron juntos en el césped, riéndose de lo absurdo, de lo tierno, de lo real que era ese momento.
Por un instante, no hubo traumas, ni heridas, ni pasados pesados.
Solo risas, hojas pegadas en el cabello y la sensación de que, por fin, algo en sus vidas empezaba a encajar.
El atardecer terminó de caer, dejando un cielo violeta sobre ellos.
Luna y Noah caminaban juntos de la mano.
Axel y Kiel detrás, en silencio.
Kiel se inclinó un poco hacia él.
—Eres muy torpe.
Axel sonrió, con las mejillas aún sonrojadas.
—Sí… pero tú te reíste.
Kiel lo miró de reojo, con una media sonrisa.
—Y tú te caíste encima. Supongo que estamos a mano.
Y aunque no lo dijeron, ambos sabían que algo había cambiado.
Algo pequeño, pero real.
Algo que no se podía esconder ni siquiera detrás de un arbusto.