El día siguiente amaneció con el aire fresco de otoño, y el instituto parecía más tranquilo que de costumbre. Noah y Luna entraron juntos, riendo por algo que solo ellos entendían.
—No sé, creo que los dos estamos siendo muy obvios —dijo ella, dándole un codazo.
—Tú empezaste con las miraditas —contestó él, sonrojado.
Axel y Kiel llegaron poco después. Desde el picnic, algo había cambiado entre ellos. Caminaban juntos, hablaban más, y hasta compartían bromas.
—¿Trajiste los apuntes de historia? —preguntó Axel, con una sonrisa disimulada.
—Sí, aunque dudo que los uses —respondió Kiel, burlón.
Axel soltó una risa leve que llamó la atención de Luna, quien les lanzó una mirada divertida desde su asiento.
Durante las primeras clases, la conexión entre ellos era evidente. A veces sus miradas se cruzaban sin querer, otras veces compartían pequeños gestos: un empujón amistoso, una sonrisa apenas perceptible. Noah y Luna lo notaban, intercambiando miradas cómplices.
Pero la calma no duró.
En el pasillo, cuando el timbre marcó el recreo, Axel fue a buscar algo a su casillero. No vio venir la sombra que se acercó hasta que una voz áspera lo llamó:
—Vaya, si no es el “chico perfecto” —dijo Bruno, el mismo que lo había golpeado semanas atrás.
Axel se quedó quieto. Su respiración se aceleró.
—No quiero problemas, Bruno.
—¿Ah, no? —El chico sonrió con desprecio—. Escuché que te hiciste amigo del “popularito” ese. ¿Buscas que te protejan ahora?
Bruno empujó a Axel contra los casilleros. El golpe resonó por el pasillo vacío. Axel intentó apartarse, pero el otro lo sujetó del cuello de la camisa.
—Deja de inventar tonterías, Bruno.
—¿Y si no quiero? —replicó él, levantando el puño.
Pero antes de que pudiera golpearlo, alguien lo detuvo.
Kiel apareció de la nada, agarrándole la muñeca con fuerza. Su mirada, normalmente serena, ardía de rabia.
—Bájalo. Ahora.
Bruno rió.
—¿Y tú qué vas a hacer, niño bonito?
La respuesta fue un golpe directo en la mandíbula. Bruno retrocedió, tambaleándose. El pasillo se llenó de murmullos cuando varios estudiantes se asomaron.
Axel miró, sorprendido, mientras Kiel se interponía entre ambos.
Bruno contraatacó, empujándolo, y los dos cayeron al suelo entre forcejeos.
—¡Kiel, basta! —gritó Axel, tratando de separarlos.
Kiel se levantó, jadeando, y volvió a sujetar a Bruno de la camiseta.
—Si vuelves a tocarlo, te juro que no me voy a contener. ¿Entiendes? —dijo con una voz grave, cargada de furia contenida.
El silencio se apoderó del pasillo. Bruno, con el labio sangrando, asintió antes de alejarse, maldiciendo por lo bajo.
Axel se quedó quieto, procesando todo. Luego dio un paso hacia Kiel.
—No… no tenías que hacerlo —susurró.
Kiel respiró hondo, girando hacia él.
—Sí, tenía que hacerlo.
Por un momento, se quedaron mirándose, sin saber qué decir. Había miedo, adrenalina y algo más en sus ojos: una mezcla de preocupación y cariño que ninguno se atrevía a nombrar.
Noah y Luna aparecieron corriendo desde el otro extremo del pasillo.
—¿Qué demonios pasó? —preguntó Noah, mirando las marcas en el suelo.
—Nada —respondió Axel rápido—. Solo… un idiota que no entiende cuándo parar.
Luna observó a Kiel, quien aún respiraba agitado, con los nudillos rojos.
—“Nada”, ¿eh? —dijo con una media sonrisa, y luego bajó la voz—. Bueno, parece que alguien tiene más que palabras para protegerte.
Axel se sonrojó un poco, sin responder. Kiel se pasó una mano por el cabello, desviando la mirada.
Noah soltó un suspiro.
—Supongo que el picnic no será lo único que recordemos de esta semana.
Los cuatro se miraron. Luna tomó la mano de Noah, Axel y Kiel compartieron una mirada que duró un segundo demasiado.
Y aunque el día había sido caótico, entre golpes, risas y confesiones silenciosas, algo había quedado claro: ninguno de los dos estaba dispuesto a dejar que el otro volviera a estar solo.