CAPÍTULO 30. La detención.

El pasillo del instituto estaba en silencio. Solo se oía el zumbido de las luces y las voces lejanas de los profesores en otras aulas.
Kiel se sentaba frente a la dirección, con los nudillos aún algo marcados y la mirada clavada en el suelo. Axel estaba a su lado, inquieto, moviendo la pierna sin parar.

—Se suponía que ibas a quedarte quieto —murmuró Axel.
—Y se suponía que él iba a dejarte en paz —respondió Kiel, sin mirarlo.

La puerta del despacho se abrió. La directora los observó con el ceño fruncido, invitándolos a pasar.
Bruno ya estaba allí, con una bolsa de hielo en la mejilla y una expresión altiva.

—Así que tenemos una pelea en los pasillos. Otra vez tú, Bruno —dijo la directora, suspirando—. Y tú, Kiel… no esperaba esto.
Kiel no respondió, solo bajó la mirada.

Axel dio un paso al frente.

—Fue culpa mía también.
—¿Cómo dices? —preguntó la directora, sorprendida.
—Yo estaba allí. Bruno me empujó, y Kiel solo me defendió. Si alguien va a quedarse castigado, que sea conmigo también.

La mujer lo observó un momento, evaluando la sinceridad en su voz. Luego asintió.

—Está bien. Bruno, Kiel y tú, una hora de detención después de clases. Y espero no volver a verlos aquí por algo así.

Bruno murmuró algo que nadie alcanzó a oír. Axel solo respiró hondo, sabiendo que no podía dejar solo a Kiel, no después de lo que hizo por él.

Las últimas clases se sintieron eternas.
Kiel no hablaba mucho, Axel lo observaba de reojo, notando cómo escondía las manos en los bolsillos, el rostro apagado, los ojos fijos en nada.
Cuando sonó el timbre final, ambos fueron al aula asignada para la detención. Bruno ya estaba allí, con auriculares puestos y una mirada arrogante.

Durante los primeros minutos, el silencio era incómodo. Solo se escuchaba el sonido de los relojes y las hojas que pasaban.
Hasta que Axel rompió el silencio.

—¿Por qué lo hiciste? —preguntó en voz baja.
Kiel levantó la vista.

—¿Qué cosa?
—Meterte así. Golpearlo. No tenías por qué hacerlo. Ni siquiera me conoces tanto… y a casi nadie le caigo bien.

Kiel lo miró un momento, con expresión seria.
—Fue porque nadie más lo iba a hacer.

Axel lo miró, sorprendido por la firmeza de su tono.
—No necesitabas pelearte por mí.
—Claro que sí —respondió Kiel sin dudar—. Ya lo habías pasado una vez con él. No iba a quedarme quieto otra vez.

Por un momento, el silencio volvió, más pesado que antes. Bruno resopló desde su asiento, pero no dijo nada, parecía claro que no tenía ganas de volver a intentar nada.

Axel bajó la mirada, jugando con el bolígrafo entre sus dedos.

—A veces… no sé qué pensar de ti.
—Eso nos pasa a todos —dijo Kiel, con una pequeña sonrisa cansada.

El reloj avanzó lento. La luz del atardecer entraba por las ventanas, tiñendo el aula de un tono dorado. Bruno fue el primero en ser liberado, la directora apareció para llevárselo antes de tiempo.

Cuando quedaron solos, Axel se inclinó un poco hacia él.
—Gracias —dijo al fin, casi en un susurro.
Kiel lo miró de reojo, con una sonrisa breve pero sincera.

—No tienes que darme las gracias.

—Sí, sí tengo —insistió Axel—. Porque nadie… había hecho algo así por mí antes.

Kiel desvió la mirada, claramente incómodo con la emoción que cargaban esas palabras.
—Bueno… supongo que ya somos dos —dijo al fin.

Axel lo miró, sin entender del todo.
—¿Qué?
Kiel soltó una pequeña risa.

—Nada. Solo que... tú también te metiste por mí ante la directora. Y eso no lo hace cualquiera.

Un silencio amable se instaló entre los dos. El sol bajaba cada vez más, dorando el polvo suspendido en el aire.
Cuando el reloj marcó la hora, se levantaron al mismo tiempo.

—¿Te acompaño? —preguntó Axel.
Kiel dudó un segundo y luego asintió.

—Sí… me gustaría eso.

Salieron juntos del aula, el eco de sus pasos sonando por el pasillo vacío. Y aunque el día había comenzado con golpes, terminó con una sensación distinta: la de que, por primera vez, no estaban solos frente al mundo.