El instituto nunca había estado tan lleno de emoción. En los pasillos, los carteles del Baile “Luz y Sombras” se multiplicaban, había risas, flores improvisadas y hasta cartas escritas con tinta brillante.
A donde se mirara, alguien estaba siendo invitado o practicando la forma de hacerlo.
Kiel caminaba entre ellos con las manos en los bolsillos, fingiendo indiferencia.
—Qué estupidez —murmuró al ver a un chico arrodillarse con un ramo—. Todo esto por un baile.
Pero en el fondo, algo se le revolvía por dentro.
Recordó la voz de Noah: “Si quieres invitarlo, hazlo. No esperes a que otro lo haga primero.”
Intentó borrar el pensamiento, pero su mirada inevitablemente buscó a Axel, que reía junto a Luna a unos metros, apoyado contra una pared. Su sonrisa era tan fácil, tan natural, que a Kiel le costó apartar la vista.
El corazón le dio un vuelco, pequeño pero suficiente para hacerlo respirar más hondo de lo normal.
“Debería dejar de pensar en él así”, se repitió, aunque no lo creía ni un poco.
Por su parte, Luna se sentía rara.
Llevaba días esperando que Noah dijera algo, cualquier cosa. Una pista, una insinuación, un “oye, ¿vas al baile?”.
Pero nada.
Él seguía siendo el mismo chico dulce y torpe, pero sin mencionar una sola palabra sobre la fiesta.
Estaba junto a Axel, moviendo una tira de su mochila pensativa, mientras lo miraba hablar de cosas triviales.
—¿Estás bien? —preguntó Axel, notando su distracción.
—Sí… bueno, no sé —dijo ella suspirando—. Es que pensé que Noah ya… no sé, me diría algo sobre el baile.
Axel la observó con una sonrisa suave.
—Tal vez está nervioso.
—¿Y si no quiere ir conmigo? —dijo ella de golpe, mordiéndose el labio—. ¿Y si le gusta otra?
—Luna, no digas tonterías.
—No son tonterías —replicó, cruzando los brazos—. A veces pienso que le atrae alguien más, pero no lo dice.
Axel soltó una risita, negando.
—Créeme, Noah no mira a nadie más que a ti.
—¿Tú crees?
—Estoy seguro. A parte de que eres su novia.
Ella sonrió un poco, agradecida.
Mientras tanto, Noah caminaba solo por el patio, con el corazón latiéndole tan fuerte que sentía que cualquiera podía oírlo.
Tenía el discurso en la cabeza desde hacía días, pero no se atrevía a practicarlo en voz alta.
—Vale, Luna, quería preguntarte si… —empezó a susurrar—. No, no, suena fatal…
Se pasó las manos por el cabello, desesperado.
Cada vez veía más gente con flores, peluches, o pequeñas cajas envueltas con moños.
El tiempo se agotaba.
Si no lo hacía pronto, alguien más podría invitarla.
Fue entonces cuando vio a Kiel sentado en una banca, distraído, mirando en dirección a Axel.
Noah se acercó con una sonrisa traviesa.
—¿Otra vez mirando al mismo sitio?
Kiel lo fulminó con la mirada.
—No empieces.
—Solo digo que si no haces nada, te van a ganar el turno.
—No es un turno, Noah —respondió seco.
—Claro, claro —dijo él con una risita nerviosa—, igual que lo mío con Luna “no es nada”.
Ambos se quedaron en silencio un momento.
Noah suspiró.
—Creo que la voy a invitar mañana.
—¿Cómo?
—Con flores, creo… y un peluche. Algo tierno, no sé.
Kiel lo miró de reojo, un poco admirado.
—Suerte con eso.
—Gracias —dijo Noah, levantándose—. Y tú también.
—¿Yo?
—Sí —respondió Noah, con una sonrisa cómplice—. Porque aunque no lo digas, ya decidiste a quién quieres invitar.
Kiel no contestó, pero el leve rubor que subió a sus mejillas lo dijo todo.
En otra esquina del instituto, Luna seguía pensando en Noah, sin saber que él estaba en ese mismo instante ideando cómo pedirle que fuera su “luz” para el baile.
Y entre la multitud de risas, flores y promesas, cada uno parecía estar en su propia historia, tejiendo en silencio los hilos que pronto se cruzarían en un mismo lugar.