La noche después del skate fue larga.
Demasiado.
Me acosté, pero no dormí. Cada vez que cerraba los ojos veía el atardecer reflejado en su cabello, el modo en que me sonrió cuando le mentí diciendo que “no sabía si iría al baile”.
Mentira.
Sabía perfectamente que quería ir.
Solo no sabía si él querría ir conmigo.
Por la mañana, Noah me escribió:
>‘Nos vemos en el parque antes de clase, ¿sí?’
No pensé que tuviera ganas de hablar, pero fui igual.
Estaba sentado en un banco, con dos cafés entre las manos, cuando Noah llegó agitando la mano como siempre, desbordando energía.
—¡Buenos días, dormilón! —saludó, dejándose caer a mi lado.
—No dormí mucho —murmuré, pasándole un café.
Él me miró de reojo, curioso.
—¿Problemas existenciales o corazón revuelto?
—Eres insoportable.
—Entonces es lo segundo —dijo sonriendo, dándole un sorbo a su café—. Vamos, suéltalo.
No sabía ni por dónde empezar.
Miré el suelo, jugueteando con la tapa del vaso.
—Ayer… estuve con Axel.
Noah levantó las cejas.
—¿Sí?
—Estaba haciendo skate, y apareció. No lo esperaba.
—¿Y?
—Y hablamos. Bueno, un poco. —Suspiré—. Me preguntó si iría al baile.
El silencio que siguió fue pesado, pero no incómodo. Noah solo asintió, esperando.
—Le mentí. Le dije que no sabía. —Tragué saliva—. Pero sí sé. Quiero ir. Con él.
La frase se me escapó, baja, como si me asustara de escucharme a mí mismo.
Noah sonrió, sin burla, sin sorpresa. Solo sonrió con ternura.
—Sabía que terminarías admitiéndolo.
—No lo admití —dije rápido.
—Sí lo hiciste —respondió, apoyando un codo sobre el respaldo del banco—. Mira, Kiel… no tiene nada de malo.
Suspiré otra vez, intentando encontrar palabras.
—No es tan simple. No sé si él…
—Si él siente lo mismo —completó Noah por mí.
Asentí.
Él guardó silencio unos segundos.
—No te voy a mentir. No sé lo que siente realmente Axel. Pero sé que cuando habla de ti… hay algo distinto en su voz.
Lo miré, incrédulo.
—¿Qué cosa?
—Como si lo iluminaras —respondió, medio en broma, medio en serio—. Y no pongas esa cara, lo digo de verdad.
Aparté la mirada, sintiendo el calor subirme a las mejillas.
—Dijo que no tenía con quién ir —murmuré, apenas audible—. Y… no sé. Tal vez es una señal.
—O tal vez es una oportunidad —corrigió Noah—. La única forma de saberlo es preguntarle.
Me quedé mirando el cielo gris, sintiendo el pecho apretado.
El viento frío me despeinó un poco, y no pude evitar sonreír con tristeza.
—Tal vez tengas razón. Tal vez sí hay una conexión.
Noah se levantó, dándome una palmada en el hombro.
—No “tal vez”. La hay. Se nota desde lejos. Solo falta que tú te lo creas.
Cuando se fue, me quedé solo, pensando en esas palabras.
Con cada minuto, lo negaba un poco menos.
Sí, lo había admitido.
Sí, quería invitarlo al baile.
Y sí… me daba miedo.
Pero también, por primera vez, sentí que valía la pena intentarlo.