El viernes por la mañana, el instituto estaba más agitado de lo normal. Esa misma noche era el baile. Todo parecía intenso.
Yo caminaba por los pasillos con Axel a mi lado, aunque en silencio, sintiendo cada vez más fuerte el peso de lo que estaba a punto de pasar. Él no decía mucho, pero su presencia me hacía sentir que cualquier palabra que dijera podía volverse importante.
Antes de clases, fui a hablar con los chicos encargados de la decoración. Les expliqué cuidadosamente la idea: quería que justo cuando Axel y yo estuviéramos en la pista, la música cambiara a una melodía romántica. Tenía que ser perfecta, ni demasiado lenta ni demasiado rápida, algo que hiciera que todo pareciera suspendido en el tiempo.
—Confío en que lo tendrán listo —dije, intentando sonar tranquilo, aunque el corazón me latía con fuerza.
Mientras caminaba de regreso, me pregunté si Axel sabría lo que estaba pensando. Si lo notaría en mis gestos, en mi forma de mirarlo. Era imposible no sonrojarme solo de imaginarlo.
En la clase de ese día, mis pensamientos seguían ahí, girando y girando. Noah y Luna estaban ocupados con sus propios preparativos, pero de vez en cuando me lanzaban sonrisas cómplices que solo me recordaban que ellos también sabían algo de lo que yo planeaba.
Entre apuntes y libros, no dejaba de imaginar el momento exacto: música sonando, luces suaves, Axel tomándome de la mano… y yo diciéndole todo lo que sentía. La idea me hacía sentir nervioso, emocionado y extraño, como si flotara.
Durante el recreo, me acerqué a los encargados de sonido y decoración de nuevo. Ajustamos detalles: qué colores de luces combinarían mejor con el tema, en qué momento la música debía cambiar, incluso qué canción sería el inicio de la pista principal. Cada pequeño ajuste era un paso más hacia ese momento que llevaba tanto tiempo planeando en mi cabeza.
Mientras caminaba hacia mi siguiente clase, sentí un impulso: debía hablar con Axel antes de que todo comenzara, aunque solo fueran palabras casuales. Algo que preparara el terreno, que lo hiciera sentir cómodo y listo. No podía permitirme titubear cuando el baile fuera la única oportunidad que tenía para decirle lo que sentía.
En el fondo, me sentía extraño. Nervioso, sí, pero también confiado. Porque sabía que todo había sido planeado con cuidado. Que incluso el más mínimo detalle estaba allí para que él y yo pudiéramos tener ese momento.
Y mientras observaba el instituto llenándose de pancartas, luces y globos, supe que estaba listo. Que en ese baile… por fin iba a intentar decirle todo.