Habían pasado algunos días desde el baile, y la rutina parecía más ligera, más llevadera. La conexión entre Axel y Kiel se había vuelto más evidente, aunque discretamente. Sus miradas, sonrisas y pequeños gestos eran suficientes para que ambos supieran que todo había cambiado.
Esa tarde, Axel apareció frente a la casa de Kiel con una sonrisa traviesa y una pequeña bolsa colgada del hombro.
—¿Preparado para una aventura? —preguntó, con esa chispa en los ojos que siempre lo hacía ver más atractivo.
—Eh… —Kiel sintió cómo se le aceleraba el corazón—. ¿Qué tipo de aventura?
—Una sorpresa —respondió Axel, guiñándole un ojo.
No le dio más detalles. Solo tomó su mano y comenzaron a caminar. Kiel no podía dejar de sonrojarse ante la cercanía de Axel, y la sensación cálida que le producía su mano entrelazada con la de él lo hacía sentir nervioso y emocionado a la vez.
Después de unos minutos, llegaron a un parque de atracciones cercano. Luces de colores, risas, música y aromas de dulces llenaban el aire. Kiel abrió los ojos con sorpresa y alegría: nunca esperaba que Axel planease algo tan especial solo para ellos.
—¿Para nosotros? —preguntó, mirando alrededor, incrédulo.
—Sí —respondió Axel, sonriendo ampliamente—. Solo nosotros dos. Quería que hoy fuera especial.
Kiel no pudo evitar sonreír de oreja a oreja. La emoción y la ternura lo inundaban. Mientras caminaban por el parque, Axel lo llevaba de la mano, señalándole las diferentes atracciones, haciendo bromas y provocando risas nerviosas y sinceras de Kiel.
Primero subieron a la rueda de la fortuna. Mientras ascendían lentamente, la vista del parque iluminado por miles de luces los dejó sin aliento. Kiel se apoyó levemente en Axel, sintiendo su calor y seguridad.
—No puedo creer que hayas planeado todo esto —susurró Kiel, sintiendo cómo su corazón se aceleraba.
—Quería verte sonreír —respondió Axel, acercando su rostro al de él—. Y… bueno, también quería pasar tiempo contigo, solo tú y yo.
El contacto de sus miradas, la cercanía y la intimidad del momento hicieron que Kiel sintiera un calor agradable recorrerle todo el cuerpo. Sin pensarlo demasiado, Axel tomó suavemente la cara de Kiel y lo besó. Fue un beso tierno, tímido, lleno de emoción contenida. Kiel cerró los ojos y respondió con igual ternura, aferrándose al abrazo que los rodeaba. Cuando se separaron, ambos sonrieron, ligeramente sonrojados, pero con los ojos brillando de felicidad.
Después, caminaron por el parque, subiendo a montañas rusas, jugando en juegos de puntería y compartiendo algodón de azúcar. Cada risa, cada abrazo accidental, cada juego les recordaba lo afortunados que eran de tenerse el uno al otro.
En un momento, se sentaron en un banco frente a un lago iluminado, rodeados de luces suaves que se reflejaban en el agua. Axel se acercó y tomó la mano de Kiel entre las suyas.
—Kiel… —dijo, con un tono serio pero dulce—. Gracias por confiar en mí. Por estar aquí. Por ser tú.
Kiel lo miró, con los ojos brillantes.
—Axel… yo… yo también estoy feliz de estar contigo. Todo esto es perfecto.
Se quedaron así un rato, viendo cómo las luces del parque brillaban en el agua, riendo de cosas tontas y disfrutando de la compañía del otro. Esa tarde fue solo de ellos, llena de diversión, ternura y pequeños momentos que se grabarían en sus recuerdos para siempre.
Cuando el parque comenzó a cerrar, caminando hacia la salida, Axel abrazó a Kiel por detrás, apoyando la cabeza en su hombro. Kiel se volvió un poco, rozando sus manos con Axel y dejando escapar un suspiro satisfecho.
—Gracias por hoy —dijo Kiel—. Fue… perfecto.
—No solo hoy —respondió Axel, sonriendo—. Cada día contigo es así.
Y mientras salían del parque, tomados de la mano, la noche parecía interminable, llena de posibilidades, risas y la certeza de que lo que habían comenzado en el baile era solo el principio de algo hermoso.