Un año había pasado desde aquel día en el parque, y la rutina de Axel, Kiel, Noah y Luna había cambiado, pero de la mejor manera. Ya no estudiaban en el instituto, habían pasado a la universidad, incluso trabajaban, aunque los cuatro habían encontrado un equilibrio perfecto entre responsabilidades y tiempo para ellos mismos.
Axel y Kiel compartían cada mañana desayunos rápidos, charlas tontas y risas que parecían hacer desaparecer cualquier sombra del pasado. Axel había aprendido a confiar plenamente en Kiel, y Kiel, a su vez, había descubierto que podía apoyarse en Axel sin miedo ni dudas. La relación que habían construido era sólida, delicada y cálida, un refugio donde ambos podían ser vulnerables.
—Kiel, ¿te imaginas dentro de unos años viviendo juntos en una casa, mejor que en un pequeño departamento? —preguntó Axel un día mientras caminaban por la ciudad, tomados de la mano.
—Sí… —respondió Kiel—. Me gustaría mucho irnos a una casa juntos. Contigo todo se siente posible.
Noah y Luna, por su parte, se habían vuelto inseparables. Cada vez más cercanos, planificaban mini aventuras y compartían secretos, demostrando que su amor era tan fuerte como el de Axel y Kiel. A veces se encontraban con los chicos para almorzar, ir al cine o simplemente pasar la tarde en algún parque, y los cuatro reían como si fueran niños otra vez, disfrutando de la compañía mutua.
En una tarde soleada, los cuatro se reunieron en un pequeño café cerca de la universidad. Axel y Kiel llegaron juntos, tomados de la mano, mientras Noah y Luna los saludaban con sonrisas amplias.
—Chicos, ¿qué tal si hacemos algo especial este fin de semana? —preguntó Noah, con un brillo travieso en los ojos.
—¿Qué tienes en mente? —preguntó Axel, curioso.
—Podríamos ir a un parque de diversiones, o hacer un picnic, o… —Luna sonrió ampliamente—. Solo nosotros cuatro.
Kiel miró a Axel, sus dedos entrelazados, y ambos sonrieron tímidamente. La propuesta era simple, pero perfecta: tiempo para ellos, para reír, para disfrutar de la vida y del amor que habían construido juntos.
—Me parece genial —dijo Kiel—. Nada mejor que pasar tiempo con ustedes.
—Estoy de acuerdo —añadió Axel, acariciando suavemente la mano de Kiel.
Más tarde, mientras caminaban por las calles de la ciudad, recordaban viejos momentos: la primera cita en el parque de atracciones, el baile, las travesuras y risas compartidas. Cada recuerdo los hacía sonreír, y cada mirada compartida reforzaba la certeza de que habían encontrado personas que los comprendían y aceptaban sin condiciones.
Kiel, apoyando la cabeza en el hombro de Axel mientras caminaban, susurró:
—Gracias por estar conmigo. Por todo.
—Siempre —respondió Axel, apretando su mano—. No importa lo que pase, siempre tendrás mi apoyo.
Al caer la tarde, se sentaron en un banco de un parque cercano, viendo cómo los últimos rayos de sol iluminaban las hojas de los árboles y el reflejo de las luces de la ciudad en el lago. Noah y Luna, abrazados, compartían un helado mientras reían de alguna tontería. Axel y Kiel se miraron y sonrieron, sabiendo que la vida, con todo lo complicado que había sido, finalmente les estaba dando momentos de calma, felicidad y amor auténtico.
—Me gusta este futuro —dijo Kiel, con un suspiro de satisfacción—. No perfecto, pero nuestro.
—Sí… nuestro —repitió Axel, apoyando suavemente su frente contra la de Kiel.
Ese día, los cuatro se fueron caminando juntos, compartiendo planes y sueños para los meses que venían. La vida había traído desafíos, pero también recompensas, y ellos estaban listos para enfrentarlos todos juntos, riendo, amando y disfrutando cada instante.
En cada pequeño gesto, en cada sonrisa, en cada abrazo, sabían que habían encontrado algo que duraría: amistad verdadera, amor sincero y la certeza de que, pase lo que pase, estarían siempre el uno para el otro.