El Nido de Las Ratas

UNO

Don Elpidio ya está lejos de todo lo que se puede conocer por modernidad. Era el clásico periodista que retaba el poder de su mente haciendo sus entrevistas o reportajes sin la necesidad de utilizar elementos de apoyo como la tan necesaria grabadora de bolsillo y ya para un nuevo plano, los modernos celulares.. Odiaba las computadoras, nunca pudo adaptarse a una. Prefería su antigua máquina de escribir, decía que el sonido que ella pronunciaba cada vez que golpeaba una letra era la raíz que daba paso a su inspiración, y quizás era ese el motivo que originaba la vida de sus crónicas.

Ya estaba entrado en edad. Al no poder sujetarse a los nuevos tiempos, el director para el diario que trabajó por casi 50 años, le hizo un regalo: “Podrás seguir escribiendo tus notas desde la comodidad de tu hogar. Te obsequiaremos una de esas maquinas de escribir que tanto amas y así no te veras en la necesidad de tener que seguir viniendo al periódico” fueron sus palabras.

Don Elpidio se oponía a este ofrecimiento, a pesar de sus 75 años, y de que ya se merecía un buen y ganado retiro. El amaba la redacción del diario, escuchar los comentarios de los colegas, ver crecer a los nuevos aspirantes, ver ir y venir uno que otro director. El periódico evolucionó ante sus ojos, pero el amaba la ‘vieja escuela’, como le decía, del periodismo verdadero.

Varias veces fue llamado al despacho del director. El insistía en seguir ocupando el viejo sillón que le acompañó por muchos años, próximo a los talleres de impresión, a unos pasos del archivo, en aquella salita que el tiempo había olvidado. Pero una de esas tardes, cuando salía de la oficina de su jefe directo, atravesaba con el paso ya cansado por los años toda la redacción; iba, en cada paso, observando aquellos monitores que parpadeaban para parir un verso, fijo su mirada en aquel recién graduado que buscaba en Internet material para sustentar su reportaje; abrió los ojos, se llevó a sus viejos lentes al lugar correcto con el dedo índice, como solía hacerlo cada vez que estos se deslizaban por su nariz. Miró hacia atrás, lentamente, con su cabeza cabizbaja, alguien recibía llamada por un moderno celular al tiempo que redactaba una nota. Fue entonces cuando comprendió, que aquel espacio que tanto amó, ya no era su lugar.

Siguió caminando. Bajó las escaleras, algo triste, y se marchó. No antes sin observar aquellos lujosos vehículos de los colegas que dejaba detrás, estacionados a la sombra. Comprendió, en aquel instante, que no sólo la modernidad había cambiado la manera de hacer periodismo, y se dijo para sí: Ya escribir sobre la verdad tiene precio.



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En el texto hay: amor, amistad

Editado: 14.11.2018

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