Doña Ramona tomó el informativo que había recibido esa mañana, ese que tenía el cuarto de pagina con la noticia de la muerte de Don Elpidio, e hizo una visita. Fue justo al despacho del director de aquel diario que su esposo amaba tanto. Y reclamó: "Mi espeso le dedicó toda su vida a este periódico (decía su envejecida voz) ¿cómo es posible que apenas escriban estos dos párrafos para hablar de un hombre que le entregó tanto a este medio? Prácticamente fue de los fundadores... el creó este periódico. ¿Cree usted que él se merece esto?"
Pero la respuesta fue simple: "Entiendo que esté molesta doña Ramona, yo también respetaba y admiraba a su esposo, fue el mejor periodista con el que tuve el honor de trabajar, pero ya los tiempos no son los mismos. Hoy, pese a que contamos con toda la tecnología del mundo, el espacio en estos medios es más limitado de lo que usted y yo podemos imaginar".
Con la cabeza en alto, y algunas lágrimas en los ojos, doña Ramona salió de aquella oficina sin mirar atrás. Ya tenía claro lo que tenía que hacer, y no dudo un segundo para ello.