El Niñero de Mis Trillizos.

5. Cansada.

Arianela

—Necesitamos tu firm, Arianela—Escucho decir a Morgan.

Al parecer la mía era indispensable. Escuché a Morgan insistir en que debía estar pendiente de todo, mientras yo chasqueaba la lengua, agotada y sin ánimos siquiera de discutir. ¿Por qué nunca hacía lo que le correspondía?

—¿De verdad es tan importante que yo firme esto? —reproché, indignada—. Tú eres el gerente, deberías encargarte. Sabes bien que estoy llena de trabajo, tengo que ir a la empresa, al hotel… —solté un suspiro de frustración—. ¿Quién exige mi firma?

—El dueño del restaurante chino —respondió Morgan con tono serio.

—No entiendo — murmuré, exasperada—. Tú eres el gerente, se supone que debes encargarte de estas cosas. ¿Por qué debo hacerlo yo? Estoy agotada, apenas me he relajado ahora que tengo un niñero en casa. Me dirigí al resto de personas en la sala—. Por favor, retírense. La reunión será después del almuerzo.

Ignoré cualquier objeción mientras echaba a los presentes. Rodé los ojos cuando escuché a Morgan protestar:

—¿Por qué actúas de esa manera, Arianela?

—¿Y cómo quieres que actúe? Estoy haciendo mi trabajo —respondí con voz firme y esa firma la puedes hacer tú.

—Lo entiendo, pero no es mi culpa que ese hombre quiera la firma de los dueños, no de los gerentes. Quiere firma y sello, Arianela —insistió con frustración.

—¡Demonios! —bufé—. ¿Tengo que leer todo ese contrato solo para que podamos fusionarnos con el restaurante chino? Es una pérdida de tiempo, Morgan. No puedo hacerlo.

—Solo necesitas leer todo el contrato y listo.

—Sabes que, mejor no aceptemos la fusión —propuse, pero el insitia y su voz sonaba desesperada

—Pero, Arianela, si renunciamos a esto perderemos una oportunidad enorme, con esta fusión podríamos ganar más personal, aparecer en páginas exclusivas de los mejores restaurantes del país… ¿No lo entiendes?

Negué con molestia. Estaba tan cansada que cualquier conversación me aturdía.

—No importa ser reconocida y listo. No voy a poner mi firma si eso implica pasarme el día entero leyendo un contrato de quién sabe cuántas páginas. Habla de fusiones, de chefs chinos que colaborarán con los nuestros, de recetas combinadas para grandes eventos, bodas, reuniones corporativas… ¡No tengo tiempo para esto!

—Pero Ari, esta oportunidad podría llevar tu restaurante a un nivel mundial. Recuerdas el concurso de los diamantes, debemos generar puntos para ganar—me dijo con un brillo de ambición en los ojos.

Lo miré con un profundo cansancio. ¿Qué sentido tenía para mí acumular premios, puntos o diamantes? No me interesaba que mi restaurante se volviera mundialmente famoso; lo había creado para ofrecer un sabor especial a las personas que quisieran venir a comer, no para convertirlo en un circo mediático.

—No me importa ganar puntos ni diamantes, Morgan. No acepto. Devuelve esos documentos, y asunto cerrado.

Me disponía a marcharme cuando su voz me detuvo:

—Por Dios, Arianela, ¿qué te pasa? —preguntó, casi suplicante—. ¿Por qué esa actitud?

Me giré, sintiendo la presión en mis sienes.

—Porque me molesta que no entiendas que ya no puedo con todo esto —confesé, mi voz cargada de cansancio—. Estoy agotada, y lo sabes. Tú también sabes que siempre he estado ocupada, desde que murieron mis padres y desde que empecé en esto. Sí, ahora tengo un niñero, pero ¿acaso crees que eso resuelve todo? Estoy cansada, Morgan.

—Lo sé, pero…sin embargo esta oportunidad no se le da a cualquiera, esos Diamantes...

—¿Cual es el problema de querer ganar esos diamantes? —insisti y me estaba hartando, él actuaba como si se negara a aceptar mi decisión

—Tu restaurante es exclusivo, uno de los mejores del país…

—Y así está bien. No necesito nada más. No quiero involucrarme con otros chinos—respondí con frialdad.

—¿Vamos a desaprovechar el evento?

—¿ Qué evento?—pregunté al notar su mirada esperanzada.

—El evento donde todos los CEOs compiten por los diamantes, para conseguir una estrella Michelin —me explicó rápidamente.

—No es mi caso, Morgan. Habla tú con ellos. Tú eres el gerente, el segundo al mando. Tu conocimiento es lo que vale si aceptan tu firma entonces has lo que mejor le convenga al restaurante.

—No puedo usar solo mi conocimiento —replicó con impotencia.

—Pues yo no tengo tiempo —dije con firmeza mientras recogía mis cosas—. Necesito irme.

—Piénsalo, Ari.

Salí del restaurante con paso decidido, subí a mi Lamborghini y me dirigí al hotel. Mientras conducía, el vacío se hizo presente en mi pecho. ¿Qué más daba? Todo lo que alguna vez amé se había desperdiciado el día que murieron mis padres. Fue entonces cuando decidí dejar atrás mi sueño.

***

Siseé mientras revisaba las estadísticas de los huéspedes que se quedaban al menos una semana. Observé los informes sobre la comida que se les servía y el trato que recibían; firmé los papeles con firmeza y se los entregué a Dinora, mi encargada.

—Señora, ¿todo bien? —preguntó con un dejo de preocupación. Se notaba cansada.

—Todo indica que está bien. Pero veo un poco de bajón ¿Cómo has visto los movimientos últimamente? —le consulté mientras hojeaba otros documentos.

—Bueno… ha habido menos movimiento que antes —respondió ella con sinceridad—. Los huéspedes vienen una sola vez y no regresan.

Fruncí el ceño, intrigada.

—¿Por qué ha sucedido eso? —pregunté, bajando la voz.

—Bueno, señora… —titubeó un momento—. Hay una empleada en recepción que no atiende bien a los clientes. Les habla con mala actitud, responde de manera cortante o simplemente se queda pegada al móvil cuando los huéspedes le hacen preguntas.

Un calor de indignación me recorrió el cuerpo.

—¿Uhm? ¿Quién es esa inepta? —cuestioné más para mí misma que para Dinora.

—Es una chica que envió el señor Morgan hace unos meses. Se llama Rubi Taylor.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.