Kenneth
A los diez minutos de verlos correr en círculos como si compitieran por la medalla olímpica del caos, mi cabeza daba vueltas como trompo. Sentía que iba a desmayarme en cualquier momento. Me repetía a mí mismo: Necesito el dinero, solo aguanta, porque ¿quién no querría un trabajo “sencillo” cuidando niños? Qué ingenuo fui. Esto era el infierno en versión miniatura. Estos niños eran peor que cualquier adulto que deseara pelear.
Me lanzaban pelotas como francotiradores, dados como si jugaran a los bolos con mi cabeza y juguetes que parecían proyectiles. Mi única defensa era una sonrisa más falsa que un billete de tres dólares. Y entonces entendí por qué las niñeras anteriores habían salido de aquí más rápido que si hubieran visto un fantasma. Recuerdo esta mañana una de las sirvientas me miró con lastima y dijo.
—No se si podrás durar mucho tiempo, a los terremoto que hay en ésta mansión.
Cuando dijo eso, me quedé estático como una piedra.
Pero no podía rendirme. El salario de $3000 semanales me gritaba que resistiera. Además, con mis antecedentes — por la que perdi mis papeles con esa pequeña agresión al CEO—, nadie más me contrataría ni para pasear perros.
Perdido en mi desesperación, casi me infarto cuando uno de los niños, creo que él tal Andrés, el líder de los Gremlins. Se plantó frente a mí con las manos en la cintura y cara de “a ver, inútil”
—¿Estás en la luna, niñero? —me soltó, alzando una ceja como si me evaluara para un concurso de idiotas.
—Eh… digamos que sí, estaba pensando —balbuceé.
—¿Pensando en qué? ¿En lo mucho que te quieres ir este trabajo? —replicó Andrés con un tono tan sarcástico que me dieron ganas de aplaudirle.
—En cosas de la vida… —respondí, intentando sonar profundo, pero creo que se me notó el temblor.
—¡Pues piénsalas rápido, o me voy! —gritó, haciendo un puchero que no convencía ni a un cactus. Al instante aparecieron Adrián y Adniel como dos mini sicarios.
—¿Qué pasa? ¿Nos lanzan meteoritos? —preguntó el otro hermanito, con cara de drama digno de telenovela.
—¿Quieres irte? —preguntó el tercero, como si mi salida significara el fin del mundo.
—¿Quieren que me vaya? —pregunté yo, tratando de esconder mi deseo secreto de huir.
—¿Y quién jugaría con nosotros si te vas, eh? —soltó Andrés, con tono de abogado, ahora ya puedo distinguir a Andres, ya que estaba conociendo su forma de hablar era diferente a los otros dos.
—No me iré a ningún lado… —suspiré, resignado a mi destino.
—¡Queremos frutas! —gritaron al unísono, como si hubieran ensayado.
Entramos a la cocina y me asomé como quien pisa un campo minado. Las cocineras me miraron raro, como si olieran mi desesperación. Una señora de expresión implacable preguntó:
—¿Desean algo, los pequeños?
—¡Sí, queremos frutas !—respondieron como si fueran corristas.
Una de las mujeres, la misma que insinuó que quizas me vaya de aqui lo mas pronto posible, se veía la mas joven, me hablo y sonrío intentando ser sexy, me miró de arriba abajo. —¿Y usted quiere algo, niñero?
—Bueno… si se puede… —alcancé a decir.
—Claro que se puede —respondió con un tono coqueto.
—¡Al jardín, niñero! —gritó Andrés, jalándome como si fuera su mascota.
Llegamos al jardín y empezó la guerra mundial de pelotas. Al principio, todo parecía tranquilo. Pero en cuanto uno de ellos agarró un dado, lo lanzó con tal fuerza que rebotó hasta mi cara. Andrés se rió como villano de caricatura.
—¡Señor, ¿está vivo?! —preguntó Adrián, aunque parecía más interesado en ver si me desmayaba.
Me levanté con dignidad (bueno, lo intenté) mientras me sobaba la mejilla.
—Tranquilos, solo es un juego… —dije con voz que no convencía ni a mí.
—Pero si mi mamá te ve así, va a pensar que te atacamos —dijo Andrés, con un tonito tan inocente que casi me convence.
—No diré nada —prometí, como quien firma un pacto para salvar su pellejo.
Las sirvientas llegaron con frutas y bebidas. Los niños comían como gremlins a medianoche, mientras parloteaban sin parar. Yo solo respiraba hondo para no llorar.
Cuando por fin creí que podía sentarme un minuto, Andrés se me acercó con los ojos entrecerrados como quien planea un atraco.
—Quiero la revancha —anunció con solemnidad—. Dos contra dos: Adrián y tú, Adniel y yo. ¿Entendido?
Asentí, aunque no sabía ni quién era quién. Los nombres me parecían trabalenguas. Bueno al único que ya estaba conociendo bien era al líder.
—¡Vamos! —gritaron los tres, listos para mi ejecución.
Empezamos el partido y pronto comprendí que era un blanco en movimiento. Andrés lanzó la pelota directo a mi cara con precisión militar, mientras mi “compañero” se unía al bombardeo. Yo solo corría como pollo sin cabeza.
—¡Lánzala, niñero, lánzala! —gritaban como un ejército sediento de sangre.
—¡Es un tontín! ¡No sabe jugar! —se burló Andrés, carcajeándose como un mini Joker.
De pronto, la pelota me dio de lleno en la cara y caí de bruces. Desde el suelo, vi a la madre de los niños parada en el umbral, mirándonos como quien descubre un crimen en proceso.
Suspiré. Esto apenas empezaba… y yo ya quería mi indemnización.
***
Me encuentro sentado en la habitación que me asignaron. Los niños están con su madre, así que aprovecho para doblar un poco de ropa y organizarla en mi gavetero. Por fin puedo tomar un respiro. Quizás jugar con los niños también sea un trabajo agotador; nunca imaginé que tres pequeños pudieran hacerme sentir tan cerca de la locura. Aun así, sonrío como un idiota al ver el pequeño golpe en mi frente. Lo bueno es que, hasta ahora, no he perdido la paciencia. Aunque, siendo sincero, no estoy seguro de cuánto más podré soportar.
Suspirando, decido llamar a mi padre. Marco su número y contesta casi de inmediato, con un tono somnoliento que me hace sonreír.
—¿Cómo estás, hijo? —pregunta, y escucho un leve bostezo al otro lado de la línea.