El Niñero de Mis Trillizos.

8. Ella no me es indiferente

Kenneth

El nerviosismo me estaba matando. Me levanté rápidamente de encima de la señora—bueno, Arianela, como ella misma me corrigió—y me alejé un poco, avergonzado. En el mismo momento en que ella se incorporó, sentí que mi mejilla ardía. ¿Cómo era posible? Qué vergüenza.

—Señora… discúlpeme —balbuceé.

—Deja de decirme señora, por favor. Soy Arianela —me interrumpió con amabilidad, aunque noté una leve sonrisa divertida en sus labios.

—Perdona… Ariana… Arianela —dije nervioso, torpe como un adolescente en su primera cita—. Discúlpame nuevamente.

—Está bien, no te preocupes. Fue un accidente —respondió con calma, intentando quitarle peso al momento.—Por cierto… —continuó mientras se acomodaba el cabello—, ¿este fin de semana tienes tu día libre?

—Sí, sí —asentí rápido, intentando recuperar la compostura.

—¿Y cómo te has sentido?

Justo cuando me lo preguntó, comenzó a soplarse el cuello con la mano, como si necesitara aire. Ese gesto, tan simple, me resultó inquietantemente atractivo. Qué momento tan vergonzoso. Hasta me daba pena mirarla a los ojos.

—Bien… no se preocupe —respondí, forzando una sonrisa.

—¿Estás seguro? —me preguntó, levantando una ceja.

Si supiera que no estoy seguro, se sorprendería, pensé.

—Sí, tranquila. Muy seguro. Los niños son encantadores… de verdad. Son encantadores.

—¿De verdad? —repitió con tono dudoso, como si leyera mi alma.

—Sí… señorita… Perdón, Arianela. Discúlpame, es que no me acostumbro aún.

—Está bien, tranquilo —dijo con una leve risa—. Lo importante es que estés bien. Y bueno… aún no he podido encontrar a alguien que esté contigo ayudándote.

—No se preocupe. Las cosas pueden ir con calma. Yo soy paciente… y estoy bien.

—Bueno… te dejo entonces. Buenas noches.

—Buenas noches…

Entré a la habitación y cerré la puerta con un suspiro. Me quité la ropa casi como autómata y fui directo al baño. Iba a tomar una ducha caliente, pero al final decidí que necesitaba una ducha fría. Muy fría.

No sé qué fue lo que pasó exactamente. Haber caído encima de ella, verla tan cerca… provocó en mí una sensación extraña. Una corriente que no había sentido en mucho tiempo. No, no, esas locuras no. Ni siquiera deberían cruzarme por la mente. ¿Por qué demonios estoy pensando en eso ahora mismo? Necesitaba controlarme.

Demonios… no puedo ni pensar con claridad.

¿Qué tiene esa mujer que no me es indiferente?

Negué con la cabeza, cerré la ducha y me envolví en una toalla. Me puse un short, una camiseta y unas chanclas. Al salir, marqué el número de mi papá, pero no contestó. En su lugar, me llegó un mensaje.

“Estoy ocupado.”

¿Ocupado haciendo qué?, pensé molesto.

En fin. No podía hacer nada. Dejé el teléfono a un lado, pero entonces vi un mensaje de Katia. Le marqué. Contestó rápido.

—¿Cómo estás, cariño?

—Bien… extrañándote —respondí, y era cierto. La extraño… pero apenas hablamos últimamente.—Te quería comentar… que si podemos vernos este fin de semana.

—Claro que sí. —Hubo un pequeño silencio—. ¿Y qué me ibas a decir la otra vez.?

Me quedé callado por un momento. Eso era mejor decirlo en persona.

—Te lo diré cuando nos veamos, ¿te parece?

Ella soltó un suspiro leve.

—Sí, me parece. Bueno… nos vemos pronto, cariño. Yo también te extraño.

—Hasta luego, Katia.

Colgué y me quedé mirando el móvil como un idiota. Solté un suspiro profundo y me dejé caer en la cama, con los ojos clavados en el techo.

A veces me pregunto si mi vida es aburrida… o si simplemente yo soy el que está aburrido de vivirla como la llevo. Quizá todo está bien, pero yo necesito cambiar. O tal vez, lo que realmente está mal… es mi relación con Katia.

No lo sé. Paso ocupado todo el tiempo, y ella necesita atención, tiempo, alguien que esté presente… y yo no puedo darle eso. Siento que no hay química entre nosotros, y me pregunto si seguimos juntos por costumbre. No quiero seguir arrastrando una relación vacía.

En fin, ya qué. Mejor duermo. Tengo mucho sueño.

***

Por la mañana, después de ducharme, fui directo a la habitación de los niños. Pero al llegar, noté que ya no estaban. Solo vi a la mujer que se encarga de ordenar las habitaciones.

—Disculpe… ¿y los pequeños? —pregunté.

—Están en el jardín con la señora —respondió con una sonrisa.

Miré la hora. ¡Más de las 9 de la mañana!

—¿Pero qué es esta estupidez? —dije entre dientes, bajando las escaleras apresurado, con el corazón latiéndome por la vergüenza.

¿Cómo era posible? ¿Me había quedado dormido así nada más? ¿No me di cuenta de la hora? ¿O estaba viendo todo al revés?

Al llegar al jardín, vi a Arianela con los niños. Me saludaron alegres, y eso me hizo sentir aún más condenado. Los niños empezaron a correr hacia mí, y yo no entendía cómo me estaba levantando tan tarde. No podía permitirlo. No en mi primer trabajo serio.

—Buenos días, Arianela. Discúlpame, por favor… — mencione algo torpe.

Ella me sonrió con amabilidad, mientras los niños me miraban cruzados de brazos y los tres negaban con la cabeza.

—Tranquilo, Kenneth. Hoy es sábado, no te preocupes —dijo ella con dulzura.

—Perdón, es que… no sé qué me pasó. Me quedé dormido y pensé que eran apenas las seis. Pero veo que ya son las nueve. Y encima es sábado.

—Siéntate, toma tu desayuno. Hoy puedes irte temprano. Aquí está tu salario de la semana.

—¿Mi salario?

Tomé el sobre y lo abrí. Me quedé sorprendido. No esperaba tanto dinero. Uno de los niños se acercó curioso.

—Mami, ¿cuánto le pagás por nosotros? No le des mucho. Mira la hora en que despierta.

—¿Y por qué se comportan así? — le dijo Arianela con tono de reproche.

Los miré divertido, mostrándoles los dientes con una sonrisa exagerada.

—¡Eres un boludo! ¡Eres muy bueno, pero aburrido!




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