El amanecer encontró a Ian caminando entre praderas cubiertas de neblina.
A lo lejos, vio un pequeño pueblo: casas de piedra, techos de pizarra, y humo saliendo de las chimeneas.
El cartel decía:
“Benrath — Hogar de los que se quedan.”
Apenas entró, las miradas curiosas lo siguieron.
Un niño solo, empapado, con un bolso pequeño y los zapatos llenos de barro.
Caminó hasta una panadería. El aroma a pan recién hecho lo envolvió.
—Buenos días, pequeño —dijo una mujer gorda con delantal blanco—. ¿Estás perdido?
—No, señora… solo tengo hambre.
La mujer lo miró unos segundos.
Luego le extendió un pan caliente.
—Toma. No se lo digas a nadie.
Ian sonrió.
—Gracias.
—¿Cómo te llamas?
—Ian McAllister.
La mujer frunció el ceño.
—¿McAllister? Mi marido conoció a un Thomas McAllister hace años… decía que tocaba la guitarra como un ángel.
Ian sintió el corazón acelerarse.
—¿Sabe dónde vive?
—No, hijo. Pero si sigues el río hacia el norte, puede que encuentres a un hombre que sabe más que yo. Lo llaman “el pescador del lago”.
Esa noche, Ian durmió en el establo de la panadera.
Por primera vez desde que se fue de casa, durmió sin miedo.
El viento golpeaba las paredes, pero el sonido era como una canción de cuna.
Editado: 12.11.2025