Al día siguiente, Ian siguió el río.
El camino era largo, con piedras resbaladizas y arbustos espinosos.
Finalmente, llegó a un lago enorme y oscuro.
En la orilla, un hombre mayor reparaba una red.
Su cabello era gris, y su mirada, tranquila.
—Buenos días, señor —dijo Ian.
El hombre levantó la vista.
—Buenos días, muchacho. No muchos vienen por aquí. ¿Qué buscas?
—A mi padre. Thomas McAllister.
El hombre guardó silencio un momento.
Luego señaló el agua.
—Tu padre venía aquí a pescar. Se sentaba donde estás tú ahora. Decía que el agua guardaba respuestas.
—¿Usted lo conoció?
—Sí. Era un hombre triste, pero lleno de amor. Hablaba de su hijo todo el tiempo.
Ian bajó la mirada.
—Mi madre dijo que él nos abandonó.
—No, niño. Él se fue porque creía que ustedes estarían mejor sin él. Estaba enfermo… de tristeza.
El viento sopló fuerte.
Ian sintió lágrimas en los ojos.
El pescador le puso una mano en el hombro.
—A veces los padres también se pierden, Ian. Pero eso no significa que dejen de amarte.
Cuando el sol se escondió, el agua del lago reflejó el cielo gris.
Ian creyó ver una figura a lo lejos, de pie sobre el muelle, sosteniendo un paraguas azul.
Parpadeó, y la figura desapareció.
Editado: 12.11.2025