Ian se quedó en el lago toda la noche.
Sacó su flauta y comenzó a tocar.
El sonido se mezcló con el murmullo del agua, con el viento y con algo más: una voz.
Suave, lejana, como si saliera desde las profundidades.
“Sigue el sonido, Ian. El camino no termina aquí…”
El niño dejó de tocar.
El agua temblaba.
Y entonces, algo flotó hasta la orilla: una pequeña caja de madera.
La abrió con manos temblorosas.
Dentro había una fotografía vieja y una púa de guitarra.
En la parte trasera de la foto, una frase escrita a mano:
“Para mi hijo Ian — nunca dejes de creer en la música del cielo.”
El corazón del niño se encendió.
El hombre del paraguas azul no era un extraño.
Era la memoria de su padre, guiándolo.
Esa noche, mientras el lago dormía, Ian hizo una promesa:
“Seguiré tu música, papá. Hasta encontrarte.”
Y con la primera luz del amanecer, comenzó a caminar hacia el norte otra vez.
Editado: 12.11.2025