Esa noche, el mar rugió con furia.
Las olas golpeaban el muelle y el viento arrancaba tejas del techo.
Ian y Clara corrieron al faro para protegerse.
Dentro, el fuego de una lámpara apenas iluminaba sus rostros.
Clara temblaba.
—Tengo miedo —dijo.
Ian le tomó la mano.
—No pasará nada. El viento solo está gritando.
Pero de pronto, un rayo cayó muy cerca.
El suelo vibró.
Ian cubrió a Clara con su cuerpo.
En ese instante, una voz —la misma del lago— resonó entre el trueno:
“El cielo no castiga… solo despierta lo dormido.”
Cuando todo se calmó, el faro seguía en pie.
Y en el suelo, bajo una piedra movida por la tormenta, Ian encontró un colgante con la forma de una gota azul.
Lo tomó entre los dedos.
Estaba tibio.
Editado: 12.11.2025