Ian y Clara caminaban por un sendero rodeado de árboles altos y húmedos.
El viento traía consigo un aroma a tierra mojada y hojas podridas.
—Este bosque… —dijo Clara—. Es especial. Se escucha a quienes ya no están.
Entre los troncos, sombras pequeñas se movían con rapidez.
—¿Viste eso? —preguntó Ian, con los ojos abiertos.
—No estés asustado —rió Clara—. Son niños, como nosotros.
Y realmente lo eran: cinco chicos con edades entre 10 y 14 años.
Llevaban ropa gastada, sucia por la aventura, pero sus ojos brillaban con curiosidad y misterio.
—Hola —dijo uno de ellos—. No solemos ver visitantes.
—Nos llamamos Ian y Clara —respondió Ian—. Estamos viajando hacia el norte.
—Yo soy Finn —dijo el chico de 12 años—. Y estos son Lyra, Hugo, Mara y Tomás. También vemos… cosas.
Ian frunció el ceño.
—¿Cosas?
—Sombras, figuras, personas que solo aparecen a los que creen —explicó Lyra, con voz suave.
Ian pensó en el hombre del paraguas azul.
—Entonces no estoy imaginando cosas… —susurró.
—No —dijo Clara—. No estás loco.
Editado: 12.11.2025