Los niños condujeron a Ian y Clara hasta una pequeña cabaña de madera, cubierta de musgo.
Dentro, el lugar estaba cálido, con mantas en el suelo y una estufa que olía a pan y hierbas.
—Aquí nos refugiamos cuando necesitamos pensar —dijo Hugo—. Nadie sabe que estamos aquí.
Ian mostró su flauta y el colgante azul.
—Vengo siguiendo la música de un hombre… un hombre con paraguas azul.
—Ah —dijo Mara, con ojos grandes—. Nosotros también lo hemos visto.
El corazón de Ian se aceleró.
Finalmente, no estaba solo. Otros también caminaban entre los mundos visibles y los invisibles.
Editado: 12.11.2025