Ian y Clara comenzaron a tocar.
Pero esta vez no era suficiente con tocar notas: debían sentir cada emoción, cada recuerdo, cada miedo y esperanza, y dejar que la música los atravesara.
El espectro rugió, como si quisiera absorberlos, pero las notas del cielo gris crearon un muro de luz azul que los protegía.
—¡Más fuerte! —gritó Ian, mientras Clara armonizaba cada frase.
Los otros niños se unieron, cantando y golpeando pequeñas piedras para acompañar la melodía.
La sombra se contrajo, y finalmente, con un grito que parecía dolerle en el alma, desapareció entre la bruma.
Cuando terminó, todos respiraron aliviados.
—Lo logramos —susurró Clara—. Nuestra música… funcionó.
—Sí —dijo Ian, abrazándola—. Y aún tenemos mucho por delante.
Editado: 12.11.2025