Lunes 07/Abril/2014
09:43 p. m.
No sé qué horas son.
Por cada metro que avanzo retrocedo tres.
¿Has ido alguna vez a un teatro? Son lugares sumamente oscuros, bueno no tanto como podría serlo un cine, o una noche en el desierto, pero son oscuros. Pero bueno, eso no es el punto. Mencione el teatro porque hoy, como parte de una actividad de literatura, tuvimos una excursión escolar y fuimos a uno; la única que no asistió fue Lizeth.
Al llegar, tímidamente me senté a lado de Sebastián, y de pronto las pocas luces que estaban encendidas comenzaron a apagarse.
La obra era interesante, y estaba muy bien elaborada, pero como ya la había visto antes costaba prestarle atención; entonces comencé mirar a mi alrededor, y mis ojos se posaron en él. Comencé a notar como fruncía su rostro ligeramente cuando de verdad estaba prestando atención, a notar como reía en los momentos que debía reír, e incluso comentaba cosas realmente inteligentes sobre la obra, de alguna manera, no se parecía nada a él, o al menos al Sebastián que nos había mostrado a todos.
Terminé tan perdida en él, que cuando menos lo pensé mi cabeza ya estaba recargada en su hombro, y él no me alejo, al contrario, terminó recostado sobre mí. Ese mínimo contacto me tenía muy nerviosa, pero al mismo tiempo, muy feliz. Tan feliz, que la idea de que Sebastián no era tan indiferente a mí nacía en mi cabeza.
Luego, nuestras manos se fueron juntando poco a poco hasta que se entrelazaron, fue como si estuvieran perdidas y al fin se hubieran encontrado.
Aunque tal vez solo fueron mis ilusiones sobrevolando las nubes una vez más, porque tal parece que ese momento para él solo fue un juego.
Al salir del teatro lo perdí de vista, y para cuando lo volví a encontrar, estaba con una joven, la tomaba de la mano y reía con ella, la miraba como si estuviera enamorado de ella, y luego, la besó.