Viernes 23/Mayo/2014
09:40 p. m.
Benditos sean los días de campo.
Comida, albercas, en fin, ¿Qué más puede uno pedir?
Sin embargo, este vino con un toque de nostalgia, pues es el último dentro de la preparatoria. Me hubiera gustado que estuviéramos todos juntos este día, pero como de costumbre, Iker desapareció.
Lo acordado, fue que todos los alumnos llegarían a la escuela y de ahí, varios autobuses partirían en los autobuses rumbo el parque acuático. Llegue en una blusa de tirantes color verde y un short de mezclilla un poco más arriba de la rodilla; mi cabello estaba atado en una trenza, y una mochila roja colgaba de mi hombro cuando llegue a la escuela.
Encontré primero a Sofía, ella vestía un vestido corto y floreado, su cabello caía en ondas.
— Buenos días— le dije al verla.
— No puedo creer que esté en pie tan temprano— se quejó.
—Son las ocho, no es "tan" temprano— Sofía rodó los ojos, y comenzamos a caminar buscando a Lizeth.
Después de un rato, la encontramos abrazada a Sebastián junto a la puerta. Ella vestía un top rosado y un short negro, su cabello lo había recogido en una coleta alta. Él, usaba bermudas a cuadros y una playera azul.
—Hola— Saludamos Sofía y yo a coro.
— ¡Niñaaaas!— Lizeth soltó a Sebas y se lanzó sobre nosotras, en ocasiones es un poco exagerada. Yo, me separé de ellas en seguida y fui con Sebastián.
—Me alegra que hayas venido—
— ¿Por qué no vendría? —dijo divertido.
—No lo sé, pregúntaselo a Iker— dije, suspirando después.
—No lo tomes personal Déb, es solo que este no es su tipo de ambiente—
— ¿Y el tuyo si lo es?—
— ¿Bromeas? Cualquier excusa para ir a las albercas es buena—
—Es hora de subir al autobús— Dijo Lizeth, poniéndose en medio de nosotros.
—Yo iré a comprar algo antes, ¿Me acompañas Débora?— Apresuró Sebastián, alejándose de ella.
—Claro— Al dar unos pasos lejos de las niñas, Sebas me tomó de la muñeca para detenerme.
—La verdad es que tu amiga me tiene un poco harto, y necesito que me ayudes a librarme de ella— Aunque por dentro quería reír, tuve que darle una mirada de reproche — Por favor— Sebastián hizo un adorable puchero, que bastó para convencerme.
—Está bien. No me despegare de ti en ningún momento. Espero no terminar hartándote también. —
—Tú eres genial. Te prefiero mil veces a ti—
Ambos nos dirigimos al camión después de eso. Sus palabras aún resonaban como eco dentro de mi cabeza, y mi estómago estaba hecho un lío ¿Había dicho que me prefería a mí? Pero, ¿De qué forma? Decidí sentarme de lado de la ventana, compartiendo el asiento con él. Atrás, estaban Liz y Sofí, y alrededor, pues todos los demás de mi grupo.
Durante la primera mitad del camino, fue fácil para mí hundirme en mis pensamientos, pues todos iban gritando y cantando o jugando entre sí, aventándose cosas por los aires.
— ¿Qué piensas?— preguntó Sebastián, cuando la euforia dentro del autobús terminó.
—Nada— dije, sin apartar la mirada de la ventana— Solo voy admirando el paisaje.
—El paisaje son árboles secos—
—Me gusta lo desértico— Resignado, Sebastián dejó de insistir. Pero, no duro mucho, cuando la culpa me convenció de ser amable y buscar algún tema de conversación con él.
— ¿Cómo está Nallely?— y el mejor tema de conversación que se me pudo ocurrir fue, hablar de su novia.
— ¿Quién?— "¿Es en serio?" pensé "¿No recuerdas el nombre de tu novia?"
—Nallely, tu novia— "Y podríamos agregar, la chica por la que me cambiaste"
—Oh, ella, supongo que está bien—
—Me imagino que la verás cuando lleguemos ¿no?— Comenzaba a hartarme que fuera tan indiferente hacia ella.
—No, no vendrá—
— ¿Y por qué tu si?—
— ¿No puedo divertirme o salir si ella no viene conmigo?— Rodó los ojos.
—Si de verdad la quieres, ninguna diversión o salida estará completa si ella no está tu lado— Mi estómago estaba hecho un nudo, a veces Sebastián era insoportable.
—Mira Débora, estoy en mi último año de preparatoria; no pienso serle infiel si es lo que temes, pero tampoco pienso amargarme por ella. Ni que fuera mi esposa— Suspiré de desesperación, simplemente no se puede razonar con él, así que opté por voltear de nuevo hacia la ventana e ignorarlo por el resto del camino.
Cuando al fin llegamos, todos tomamos nuestras cosas y comenzamos a buscar un buen lugar donde instalarnos. Elegimos un árbol que tenía algunas mesas, y estaba a una distancia prudente de una de las albercas, lo suficiente cerca para verla, y lo suficiente lejos para que no nos salpicara la gente ahí. Enseguida, Sebastián se quitó su playera y el corrió hacia el agua, entrando de un salto. Incómodamente, Lizeth, Sofía y yo nos quedamos embobadas mirándolo.