Viernes 05/Septiembre/2014
10:47 p. m.
Después de, si no me equivoco, un mes rodeada de amigos varones en el salón, al fin hice una amiga. Su nombre es Lidia, no es mi tipo de amiga, es un poco diferente a mí, pero se nota que es buena persona.
Al Amanecer el sol ardía fuertemente, decidí ir a la escuela de manera ligera, una playera gris de tirantes, un pantalón de mezclilla y unos tenis.
Sebastián por otra parte llevaba un suéter y no pude evitar reírme un poco.
Y por eso, niños, es que no deben burlarse de los demás.
Un poco antes de salir de la Universidad el cielo se tornó de un color gris oscuro, y a lo lejos se escuchaba uno que otro trueno. Ahora el que reía era Sebastián.
En cuanto el reloj dio la hora de salida las gotas comenzaron a caer del cielo, primero lentamente, como tanteando el terreno. Después simplemente cayó el aguacero.
No sabía qué hacer. Tenía que tomar una decisión, si me iba terminaría con el peor resfriado de mi vida, pero no me podía quedar en la universidad hasta que el diluvio terminara, porque quizá eso significaba quedarme a dormir ahí, y jamás me ha agradado la idea de pasar la noche en alguna escuela. Creo que Sebastián notó el debate interno por el que estaba pasando, porque después de un rato en el que estaba recargada en el marco de la puerta viendo llover, él se acercó cautelosamente.
—¿No piensas irte?—Dijo con una sonrisa socarrona en su rostro.
—Aun lo estoy pensando, gracias—
—¿Piensas quedarte aquí hasta mañana?— —¡No!— Mi cara de pánico debió haber sido graciosa, porque Sebas soltó una sonora carcajada. —¿Miedo al conserje?— —No puedo irme, terminaría empapada— Y a veces uno solo puede mirar y agradecer. Sebastián comenzó a quitarse su suéter por arriba de la cabeza dejando ver una parte de su abdomen por unos segundos. —Toma—cogí el suéter de sus manos aun embobada en la imagen de hace un momento. —Ahora, vámonos de aquí. —Terminé de ponérmelo y salí detrás de él. Cuando al fin salimos de la Universidad Sebastián se detuvo en seco. Volvió a andar, dio media vuelta, giró a la izquierda, luego a la derecha, me le acerqué, las gotas de lluvia escurrían a través de su rostro, y aunque de esa manera se veía un tanto tierno, sus ojos expresaban preocupación. —¿Ocurre algo?— Él sonrió, una de esas sonrisas que siempre me regala cuando descubro algo que lo avergonzaba. —Creo, que hoy me pareció un buen día para no traer mi motocicleta— Solté una carcajada, que se terminó convirtiéndose en un estornudo, y en ese momento la risa salió de parte de Sebastián. —Pues ¿Qué estamos esperando?, busquemos un taxi o vayamos al metro— Mi cabello ya escurría, y sus lentes pedían a gritos que alguien inventara parabrisas de ese tamaño. Busque en mi bolsillo trasero del pantalón, traía conmigo unas monedas, pero no lo suficiente para costear un taxi, Sebastián se encontraba en la misma situación, así que con un paso apresurado, pero sin correr, nos dirigimos a la estación de metro más cercana.
Al vagón que subimos estaba vacío, solo nosotros dos y un grupo de amigos un poco más al frente, pero alejados de nosotros. Y eso ayudó bastante, porque en lo que menos pensé, Sebastián ya se estaba quitando su camiseta y la retorcía en sus manos para que agua cayera. ¡Dios mío! No podía apartar la mirada de él, y afortunadamente él no se percató…hasta que estornude. No fue necesario más para que el calor comenzará subirme a las mejillas.