Mi hermana bajó las escaleras ya lista para irse a trabajar.
—¿Bruno ya se fue? —me preguntó sorprendida.
—Sí, salió como una flecha por la puerta.
—Pensé que estaba desayunando contigo.
—¿Conmigo? —me señalé—. Tienes que estar loca. Por si no lo recuerdas, él y yo no nos soportamos.
En el fondo de mi corazón quería que eso fuera verdad, porque aunque no lo admitiría, sentía que ese odio se estaba convirtiendo en otra cosa. Y eso me asombraba en sobremanera.
La tristeza fue evidente en su cara.
—¿No vas a la escuela hoy? —preguntó más para cambiar el tema que por preocupación.
—Sí, de hecho voy a cambiarme.
Me levanté de la silla para salir de la cocina, pero ella me impidió el paso.
—Aún hay algo de lo que no hemos hablado.
—¿De? —mis manos comenzaron a temblar.
—Ayer saliste corriendo en la mañana. Y no vi cuándo llegaste...
—Estaba con Alex. Me sentía mal y pasamos el día juntos.
Su rostro reveló una sonrisa pícara. Estiró su mano y apartó el cuello de mi blusa, descubriendo las marcas hechas por Alex.
—Ya entendí. —Solo pude sonreír.
—¿No me vas a contar? —se mostró indignada—. ¿Fue su primera vez juntos?
—Fue genial. Alex es un gran hombre al que quiero mucho.
—Eso me alegra mucho, mi amor —me abrazó—. Es bueno que tengas un muchacho como Alex cerca de ti. Yo sé que mamá y papá estarían muy orgullosos de ti.
La sola mención de mis padres nos puso tristes, y ambas soltamos un poco de lágrimas nostálgicas.
—Bueno, ya —se limpió sus lágrimas y las mías—. Ambas tenemos que salir y no queremos llegar tarde. Sube a cambiarte, que yo hago el desayuno. —Tomó mi cabeza y me dio dos besos.
No dudé en lo que dijo y subí corriendo a cambiarme.
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El aroma a pan tostado y café recién hecho flotaba en el aire cuando entré nuevamente a la cocina. Eva revolvía unos huevos revueltos mientras yo me senté y untaba mantequilla en mi tostada, sintiendo aún el leve dolor en mis músculos de la noche anterior.
Mi teléfono vibró sobre la mesa de mármol. La pantalla se iluminó:
Alex:
"Te espero afuera, princesa. No hay prisa 😘"
Una sonrisa involuntaria apareció en mis labios.
—¿Alex? —adivinó Eva, inclinándose para ver mi expresión.
Asentí, terminando mi jugo de un trago.
—Me espera afuera. Vamos juntos a la facultad hoy.
—Anda, no lo hagas esperar.
Me levanté, tomé mi bolso y le di un beso en la mejilla.
—Nos vemos en la noche. Cuídate.
Salí de casa y vi a mi novio recostado en su moto, con su cabello revuelto. Sus ojos brillaron al verme.
—Buenos días, princesa mía. —Me tomó de la cintura y me acercó a sus labios—. Pensé que hoy tendrías más... dificultad para moverte —dijo con una sonrisa traviesa, rozando su pulgar sobre mi muñeca.
—¿Y por qué habría de...? —comencé a decir, antes de darme cuenta de su insinuación—. ¡Alex!
Su risa fue muy acogedora para mi corazón. Nos besamos hasta que subí a la moto.
El viento de la mañana me azotaba el rostro mientras abrazaba a Alex por la cintura, el motor de la moto vibrando bajo nosotros. Su espalda era cálida y sólida contra mi pecho, y cada curva que tomábamos me hacía aferrarme más a él, recordando lo distinto que había sido tocarlo la noche anterior.
Alex estacionó la moto cerca del edificio principal, donde ya se agrupaban estudiantes con batas blancas y libros bajo el brazo. Antes de que pudiera bajar, sus manos me rodearon la cintura, ayudándome con un cuidado que me hizo sonrojar.
—¿Segura que estás bien? —preguntó en voz baja, sus ojos café escudriñando mi rostro con una mezcla de orgullo y preocupación.
Le pellizqué el costado, haciéndole soltar una carcajada.
—Más que bien. Aunque tal vez deberías ser menos... entusiasta la próxima vez.
—No prometo nada —respondió con una sonrisa pícara antes de robarme un beso rápido—. Te recojo después de clases. Te voy a llevar a un sitio.
Sonreí.
El laboratorio olía a formol y café rancio. Mis compañeros ya estaban reunidos alrededor de las mesas de disección cuando llegué.
—¡Russo! —el profesor Arismendi señaló la mesa del fondo—. Con Villanueva para la disección cardíaca.
Al acercarme, vi a Alex con los guantes ya puestos, el bisturí balanceándose entre sus dedos.
—Pensé que hoy te esconderías de mí —murmuró al alcanzarme mi bata.
—Nunca —respondí, rozando sus dedos al tomar el instrumento.
—Observen el ventrículo izquierdo —dijo el profesor mientras Alex y yo diseccionábamos el corazón humano—. Fíjense cómo resiste la mayor presión.
—Como tú anoche —susurró Alex, lo suficientemente bajo para que solo yo escuchara.
—¡Villanueva! —el profesor lo llamó al frente—. Demuéstranos las válvulas.
Mientras Alex explicaba, no pude evitar notar cómo su camisa se pegaba a su espalda, recordando cómo esa misma espalda se había tensado bajo mis uñas horas antes.
El sol comenzaba a caer cuando salimos del edificio. Alex me tomó de la mano, llevándome hacia su moto estacionada.
—¿A dónde me llevarás? —pregunté, subiendo detrás de él.
—Tienes que ser paciente, princesa.
Abracé su espalda. El viento movía mi cabello, y el cielo mostraba las espectaculares luces del atardecer. La moto serpenteaba por rutas desconocidas, mientras yo trataba de reconocer el lugar a donde me llevaba. Alex parqueó la moto en una casa muy bonita.
—¿A dónde me trajiste? —le pregunté mientras me quitaba el casco.
—Te aseguro que te va a gustar.
Cuando Alex terminó de hablar, pude ver el cabello rizado y la gran sonrisa de Giulia.
—¡Al fin llegaron! —nos saludó a ambos.
Los chicos salieron atrás. La casa de Giulia resplandecía con luces colgantes. En el jardín, el grupo ya disfrutaba de la velada:
- Giulia con su delantal manchado de salsa.
- Mario mezclando cócteles con fruición.
- Giovanni volteando hamburguesas en la parrilla.
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Editado: 10.08.2025