Bruno Lombardi
El motor de mi Aston Martin Vantage negro rugió al apagarse frente a la casa de Eva, una modesta vivienda de dos plantas en el barrio Prati de Roma. La luz amarillenta del porche iluminaba el camino de entrada, mientras a través de las cortinas transparentes del salón distinguía siluetas moviéndose.
Al apoyar la mano en el pomo de la puerta, un estallido de risas me detuvo en seco. Mis nudillos palidecieron al apretar los puños, sintiendo cómo las uñas se clavaban en las palmas.
No había anunciado mi visita. Quizás por eso el espectáculo que encontré al abrir la puerta me golpeó como una puñalada.
Emma.
Maldita sea
Recostada en el sofá de terciopelo azul con un maldito abrigo beige que apenas le cubría los muslos, sus piernas desnudas.Dios santo, ¿era necesario que se vistiera así? descansaban con descaro sobre el regazo de Alex Villanueva. Ambos sostenían copas de cristal tallado con un vino barato .
—¡Bruno! —El grito de Eva cortó el aire como un cuchillo.
La vi saltar del sillón contiguo y correr hacia mí, sus brazos envolviéndose alrededor de mi cuello antes de que pudiera reaccionar. Sus labios se estrellaron contra los míos con un entusiasmo que me dejó frío.
—¿Qué haces aquí, amore? —preguntó, separándose apenas lo suficiente para hablar.
—Vine a invitarte a cenar — declaré, sin apartar la vista de Emma, que acababa de ajustar su abrigo revelando el borde de unos shorts tan cortos que cuestionaban las leyes de la decencia.
Alex alzó su copa con esa sonrisa de niño bueno que siempre me hacía hervir la sangre:
—Lombardi ¿Cómo estás ?
Ignoré su existencia, concentrándome en Eva
—Vístete.No queremos que se haga tarde.
—Dame un minuto para cambiarme —dijo antes de que desaparecer escaleras arriba.
El silencio que dejó fue más elocuente que cualquier insulto.
Alex apretó deliberadamente el muslo de Emma.
—Puedes sentarte —ofreció Emma , intentando no mirarme.
—¿Quieres unirte? —preguntó, levantando la botella de vino de 10 euros intentando parecer amigable—. Es un... eh... ¿qué era, Emma?
—Un Montepulciano —murmuró ella, jugando con el borde de su copa.
Me acerqué hasta quedar frente a ellos, notando cómo Emma finalmente levantaba la vista. En sus ojos había un desafío que no había visto antes.
—No, gracias —respondí, sintiendo cómo el vaso de whisky que no tenía se rompía en mi imaginación.
El sonido de los tacones de Eva bajando las escaleras nos salvó de lo que fuera que estuviera a punto de ocurrir.
—¡Lista! —anunció, vestida con un sencillo vestido negro, su rostro iluminando.
Mientras salíamos, volví la cabeza para encontrar a Emma mirándome fijamente, sus labios entreabiertos como si quisiera decir algo.
Pero fue Alex quien habló:
—Que la pasen bien.
La puerta se cerró con un golpe que resonó en mis huesos.
El trayecto en silencio hasta el restaurante fue tenso. Eva, sentada a mi lado en el Aston Martin, jugueteaba nerviosa con el borde de su vestido negro.
El motor rugió al estacionarse frente al "Ristorante Da Vittorio", uno de los pocos lugares en Roma que Eva siempre había querido visitar. Las luces cálidas del local se reflejaban en sus ojos ilusionados cuando le abrí la puerta.
—No sabía que tenías reserva aquí —comentó Eva con esa voz dulce que usaba cuando estaba genuinamente contenta. Sus manos, siempre delicadas, se ajustaron el vestido.
—Para ti, siempre —respondí automáticamente, aunque mi mente seguía en esa imagen de Emma con sus piernas desnudas sobre Alex.
El maître nos condujo a la mejor mesa, en el rincón privado con vista al jardín interior. Eva parecía una niña en Navidad, mirando cada detalle con esa curiosidad que nunca perdió desde que la conocí en las editorial de mi hermano.
—Mis padres quieren verte —dije abruptamente, antes de que el sommelier terminara de servir el Chianti reserva.
—¿En la mansión? —sus ojos castaños brillaron con una mezcla de emoción y nerviosismo
Asentí, tomando un trago largo de vino.
—Estoy encantada con la invitación —sonrió, esa sonrisa sincera que rara vez dirigía hacia mí últimamente—. Siempre me han tratado tan bien tus padres.
—De acuerdo, mañana en la noche te llevo —dije, cambiando rápidamente de tema hacia su trabajo en la editorial de Massimo.
El resto de la cena transcurrió entre conversaciones triviales y platos exquisitos que apenas saboreé. Cada vez que Eva reía, no podía evitar recordar cómo Emma se mordía el labio inferior cuando intentaba contener su risa.
El trayecto de regreso a su casa fue en silencio. Estacioné frente a su puerta, el motor aún rugiendo como el desasosiego en mi pecho.
—¿No quieres pasar por un café? —pregunta, desabrochándose el cinturón de seguridad con movimientos lentos.
—No.
Ella se inclinó entonces, tomando mi rostro entre sus manos suaves que siempre olían a lavanda. Su beso fue tierno, familiar.
—Nos vemos mañana —susurró contra mis labios antes de salir del auto.
La observé caminar hacia su puerta, esa figura esbelta y elegante que conocía tan bien. Cuando la puerta se cerró, pisé el acelerador con violencia despertando a medio vecindario, haciendo rugir el motor como si pudiera ahogar los pensamientos que me perseguían.
Las calles de Milán pasaban como manchas borrosas mientras mi mente reproducía una y otra vez dos imágenes imposibles de conciliar:
La sonrisa cálida de Eva al recibir la invitación.
Y las piernas desnudas de Emma sobre otro hombre.
El velocímetro marcó 160 km/h cuando tomé la curva hacia mi apartamento pero ni siquiera a esa velocidad logré dejar atrás el fuego que me consumía las entrañas.Necesitaba un whisky. O cinco.
Editado: 28.08.2025