Emma Russo
Me apoyé en el marco de la puerta, observando cómo Eva terminaba de maquillarse. El vestido azul marino le ceñía la cintura, dejando al descubierto la espalda.
—¿A dónde vas? —pregunté, fingiendo curiosidad casual.
Ella giró en la silla del tocador, mordisqueando el labio inferior.
—¿Crees que estoy presentable? —Sus dedos temblorosos arreglaban su cabello.—Los Lombardi me invitaron a cenar en su mansión —susurró, como si aún no lo creyera—Oficialmente.
La abracé. Su perfume delicioso me quemó la garganta.
—Estás espectacular —Estaba hermosa incluso sentí una espinita de celos.El vestido azul se ajustaba demasiado a la silueta de Eva. Demasiado elegante. Demasiado revelador.
—¡Ay, te amo, hermanita! —Sus manos frías me tomaron la cara, dejando dos besos húmedos en mis mejillas, sus ojos brillando como cuando éramos niñas y compartíamos secretos.
—Bruno... ¿te lo pidió así? —La pregunta salió más cortante de lo previsto.
Eva se mordió el labio pintado de rojo.
—Fue la señora Lombardi. Dijo que ya era hora de presentarme como... —una sonrisa tímida— "la futura señora Lombardi".
El claxon del Aston Martin retumbó en la calle.
Mis dedos se aferraron a la blusa que tenía puesta.
—¡Es él! —Eva corrió como una adolescente y cogió su bolso con manos temblorosas, pero se detuvo en la puerta— Llama a Alex, no quiero que estés sola.
El portazo resonó en toda la casa.
Bruno Lombardi
Salí del baño y me sequé. Me puse los boxers negros, un pantalón de vestir y una camisa negra. Dejé los tres primeros botones sin abrochar y remangué las mangas hasta los codos. Un par de zapatos John Lobb, dos toques de Acqua di Parma Colonia y listo.
El peine pasó por mi pelo mojado una vez. Bastó. Correa de cuero. Reloj.
El ascensor descendió sin hacer ruido. Como siempre. Como todo en mi vida debía ser.
El Aston Martin rugió al encenderse. Quince minutos exactos hasta la casa de Eva. Tres semáforos. Dos esquinas.
Las luces de su casa brillaban como faros en la noche. Demasiado intensas. Demasiado expuestas.
El Aston Martin olía a limón recién pulido cuando Eva abrió la puerta. Su vestido azul crujió al deslizarse sobre el cuero italiano, revelando ese tramo de piel entre el dobladillo y los tacones que siempre me quitaba el aliento.
—Te advierto —dije mientras ajustaba el espejo retrovisor—mi madre tiene el don de hacer preguntas incómodas.
Eva se rió, ese sonido cristalino que inexplicablemente me calmaba.
Tomé su mano abruptamente. La piel más suave que la seda de mis almohadas.
—Eres perfecta —murmuré, pasando el pulgar por sus nudillos—Demasiado buena para esta familia.
El portón de hierro de la mansión apareció en la curva.
El Aston Martin rodó sobre el empedrado del patio principal, las farolas iluminando la fachada de piedra caliza de la mansión.Las luces de la entrada dibujaban sombras sobre el rostro de Eva, destacando ese nerviosismo que sólo yo notaba. Eva respiró hondo a mi lado, sus uñas pintadas de rojo oscuro tamborileando levemente sobre su muslo.
—Bruno... —susurró.
—Silencio —ordené suavemente al estacionar— Nadie aquí merece tus dudas.
Mi madre esperaban en la sala de mármol, envuelta en un vestido de seda color champán que le caía como segunda piel, tan impecable como su sonrisa diplomática.
—Bruno, tesoro —extendió ambas mano.—Besé cada una de sus mejillas perfumadas a rosas antes de ceder el paso a Eva —Finalmente —dijo, abrazando a Eva como si midiera su densidad ósea—Andrea está insoportable preguntando por la futura madre de sus nietos.
—Señora Lombardi —murmuró Eva con pequeña inclinación de cabeza—es un honor.
—Querida, basta de formalidades —Mi madre la tomó del mentón con delicadeza—Desde hoy me llamarás Isabella.
Eva palideció. Yo apreté su cintura con advertencia.
El eco de pasos firmes resonó en el mármol del vestíbulo.
—Andrea—asentí al ver la figura imponente de mi padre emerger de las sombras, su traje azul marino siempre impecable.
—Hijo —su voz grave cortó el aire como siempre—Y la señorita Russo.
Eva extendió la mano, pero Andrea la ignoró para colocar ambas sobre sus hombros.
—Miren qué casualidad—dijo midiendo su reacción—Justo hoy Massimo trajo de París ese manuscrito que tanto querías ver.
Los ojos de Eva brillaron con auténtico interés antes de recordar su compostura.
—Don Andrea, usted es muy amable —respondió con voz clara—Pero prefiero esperar a que mi jefe me lo muestre oficialmente.
El gruñido que escapó de mi padre podría haber sido una risa. O una advertencia.
La noche apenas comenzaba.
El comedor de la mansión brillaba como la cristalería cuando entramos. Mi madre tomó el brazo de Eva con esa elegancia que sólo los Lombardi dominamos.
—Tesoro —dijo mamá, ajustando el broche de perlas en el cuello—Hoy celebramos que por fin serás oficialmente parte de esta familia.
Eva sonrió, ese gesto genuino que siempre la hizo destacar entre las mujeres artificiales de nuestro círculo.
—Señora Lombardi, el honor es mío—respondió, rozando con timidez el mantel bordado—Su hijo me hace muy feliz.
Mi padre sirvió el Barolo del '95 con mano firme.
—Bruno tuvo buen ojo—comentó mientras llenaba mi copa hasta el borde—Una mujer que valora la discreción es rara en estos tiempos.
El primer plato llegó cuando Bella irrumpió en el comedor, su vestido rojo contrastando con la sobriedad del ambiente.
—Perdón por el retraso—susurró, besando a mamá en la mejilla antes de dirigirse a Eva—Qué radiante estás, cuñada.
Noté cómo Eva iluminó al verla.
—¡Bella! Me alegra verte—dijo, genuinamente emocionada—¿Cómo van tus estudios en la universidad?
Mi hermana tomó asiento frente a mí, ignorando mi mirada de advertencia.
—Todo bien —contesto mirando a Eva para luego mirar a papá —Padre, ¿sabías que la hermana de Eva estudia medicina? —preguntó inocente, cortando su carne—Es una pena que no haya venido. Seguro le habría encantado ver nuestra biblioteca médica.
Eva, ajena a la tensión, respondió con naturalidad:
Editado: 28.08.2025