El novio de mi hermana

Capítulo 22

Emma Russo

El despertador sonó con el mismo tono estridente de siempre. Con un gemido, extendí el brazo y lo aplasté sin piedad. Cinco minutos más.
Me levanté aún arrastrando los pies.El agua fría de la ducha me despertó como una bofetada.Perfecto.No había tiempo para lujos.
Jeans ajustados, blusa de algodón blanca y una chaqueta de cuero gastada.En el espejo del baño, una joven de ojos grises y pelo castaño revuelto me devolvió la mirada.
"Tú puedes, Emma Russo"

Salí de casa sin hacer ruido, no quería molestar a Eva que aún seguía dormida.
La campanita de la puerta de la panadería del señor Lucas anunció mi entrada.El aroma a pan recién horneado me envolvió al empujar la puerta de madera, este delicioso olor era el único consuelo de madrugar.
—Buenos días, señor Lucas —saludé, frotándome los ojos de sueño.
—¡Emma, mi niña! ¿Dónde te habías metido?—el señor Lucas, un hombre robusto, con su bigote blanco y delantal harinoso, me sonrió desde detrás del mostrador—Tú y tu hermana están más perdidas que mi bizcocho sin levadura.
—Eva se la pasa en el trabajo enterrada en papeles.Y yo en la facultad de medicina. Exámenes finales.
Pedí un café con leche y dos croissants de chocolate.
—La facultad me está matando.
—Pues no se desaparezcan tanto —regañó cariñosamente al pasarme el café con leche humeante—.Aquí los extrañamos.—Sus ojos brillaron al envolver los croissants—Dile a Eva que su panettone favorito sale hoy.
Asentí aceptando la bolsa caliente, pagué, y salí a la calle donde el sol apenas empezaba a asomarse y mi teléfono no dejaba de vibrar en el bolso.
Distraída, tratando de sacar el teléfono del bolso para ver quién es a estás horas, no ví al hombre alto que dobló la esquina como un toro enfurecido apareciendo de repente como un muro humano impidiendo mi paso.

Impacto.

El café caliente explotó entre nosotros, manchando su traje impecable y mi blusa.
—¡¿Estás ciega o qué?! —rugió una voz como trueno, mirando el desastre con ojos que prometían muerte lenta.
Alcé la vista. Error.Sus ojos azules echaban chispas.

Carajo

—Iba a disculparme—dije, limpiando mi blusa con servilletas extras que el señor Lucas siempre me daba, menos mal que tenía la chaqueta para cubrir la mancha— pero veo que el café no es lo único amargo en su vida.

Sus labios se torcieron en un gesto que no era sonrisa.

—Mis mañanas eran perfectas hasta que una estudiante despistada decidió bañarme en lactosa.
—¿Y quién camina por la calle a las 6:30 AM mirando solo su reloj Rolex?—contrataqué, señalando el aparato dorado en su muñeca—Si tanto le importaba su reunión, hubiera salido antes.
Sus cejas perfectas se alzaron, se inclinó hasta que su aliento mentolado me rozó la mejilla:
—Cariño, mi tiempo vale más que tu semestre completo en esa universidad de cuarta.
El silencio incómodo duró exactamente tres segundos antes de que su teléfono sonara.
—Esto no termina aquí —prometió al alejarse, limpiándose la mancha de café con un pañuelo de seda que probablemente costaba más que toda mi ropa cara junta.
Hundí la mano en la bolsa de papel marrón, sintiendo cómo el croissant aún tibio se deshacía entre mis dedos. Perfecto. Necesitaba algo dulce para calmar el disgusto que me ardía en la garganta.
—Idiota arrogante—mascullé, mordiendo el pan con furia mientras caminaba hacia la parada del autobús. El chocolate se derritió en mi lengua, pero ni siquiera eso logró dulcificar mi mal humor.
El autobús número 42—siempre atestado a esta hora— abrió sus puertas con un chirrido.Me cole entre la multitud, buscando un asiento libre.Nada.Me aferré a un poste mientras el vehículo arrancaba con un tirón, haciendo que mi bolso golpeara a un anciano.

—Perdón —murmuré, pero mi mente seguía en el desconocido del traje caro. ¿Quién se creía ese tipo?
Por la ventana, ví cómo el sol iluminaba los edificios del centro. El edificio de la Facultad de Medicina apareció en la distancia. Mi destino.
El autobús frenó bruscamente.Aproveché para bajar, ajustándome la chaqueta y lanzando una última mirada al camino.
—Ojalá nunca volver a verte —pensé, dirigiendo el comentario al aire, como si el universo pudiera transmitírselo a aquel hombre insufrible.
Mis tenis resbalaron en el piso del pasillo.6:58 AM.Dos minutos malditos antes de que empezara la clase. Todo por culpa de ese idiota del traje caro y su actitud de príncipe de pacotilla.
—Mierda, mierda, mierda —resollé, esquivando a un grupo de primer año que caminaba más lento que un paciente en coma.
El aula 304 apareció al final del corredor. La puerta todavía estaba abierta.Entre y me senté en mi asiento habitual.Hoy Alex no había venido.Saque mi teléfono para enviarle un mensaje hasta que mi acción fue interrumpida por unos toques en la puerta.
El aula quedó en silencio cuando un hombre entró.Todos levantamos la vista.

No lo reconocí al principio.

Hasta que ajustó los puños de su camisa blanca (manchada de café, mi café con leche) y esos malditos ojos azules barrieron el salón como bisturís.

No.
Me.
Jodas.

—Buenos días. Soy el Dr. Matteo Valente, su nuevo profesor de Anatomía—dijo, escribiendo su nombre en el pizarrón con letra quirúrgicamente perfecta—Y antes de empezar...

Sus ojos se clavaron en mí.

—Alguien aquí debería disculparse formalmente por arruinar un traje de lino italiano.

Mierda.

El croissant que había devorado en el autobús se revolvió en mi estómago.Era él. El imbécil del café con leche. El de los insultos clasistas. Y ahora tenía mi promedio en sus manos.
—Lo siento, doctor —dije, endulzando cada palabra con veneno—No sabía que los profesores de cuarta también usaban trajes de primera.
El salón contuvo la respiración.

Matteo (porque no iba a llamarlo "doctor") sonrió lento, como un depredador que olfatea sangre fresca.




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