El novio de mi hermana

Capítulo 23

La calidez del recibimiento de Eva y Alex logró, por un momento, hacerme olvidar la presencia glacial en el sillón. Pero era imposible ignorarlo por completo. Era como si un león se hubiera echado a dormir en medio del salón; podía parecer tranquilo, pero su sola presencia cambiaba la atmósfera por completo.

—¡Bueno, vamos a comer que estoy hambrienta! —anunció Eva con un tono juguetón, frotándose las manos— He pasado toda la tarde cocinando y el aroma me está matando de hambre. ¡Todos a la mesa!
Su entusiasmo era contagioso. Alex me guió con su mano en la espalda hacia el comedor, donde una mesa bien puesta olía a albóndigas, ajo y hierbas provenzales. Eva había sacado la mejor vajilla.Una reliquia de la familia Russo.
Nos sentamos. Eva a la cabecera, Alex y yo de un lado, y Bruno, solo, del lado opuesto. Frente a mí. No podía evitar levantar la vista y encontrarme con él.
—Empecemos —dijo Eva, sirviendo generosas porciones de pasta a cada uno— Cuéntenme, ¿cómo les va en la facultad? ¿Qué tal los exámenes de los que me hablaron?
Alex, con la boca casi llena, lanzó una sonrisa.
—Hemos estudiado.El de anatomía es mañana, espero que salgamos bien.
Mis ojos se elevaron involuntariamente hacia Bruno. Él tomó un sorbo de agua mineral, su expresión era de una paciencia barely contained. Parecía un adulto soportando la conversación de adolescentes.
—Sí, es intenso —confirmé, intentando sonar casual—Muchos nombres que memorizar.
Bruno dejó el vaso sobre la mesa con un suave clink. —Huesos, músculos, nervios... —dijo, su tono era plano, casi de aburrimiento— Debe ser fascinante perder semanas de su vida memorizando detalles que un libro puede recordar por ustedes.

El aire se cortó. Alex, siempre conciliador, se rió incómodamente. —Bueno, es la base, Bruno. Sin eso, no se puede diagnosticar ni operar.

—Claro —concedió Bruno, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos—La paciencia de la juventud. Yo prefiero los resultados tangibles. Cerrar tratos, ver crecer las ganancias. Algo que se puede tocar.

Eva, sintiendo la tensión, intervino rápidamente. —¡Brindemos!—propuso, alzando su copa de vino tinto con fuerza— Por los futuros brillantes médicos de esta casa, ¡y por el brillante empresario que me robó el corazón!

Todos alzamos las copas. Un brindis forzado para suavizar el ambiente. Chocamos las copas. Alex y Eva sonreían ampliamente. Yo forcé una sonrisa.

Y entonces, mi copa se encontró con la de Bruno. Nuestras miradas se chocaron primero, un impacto silencioso sobre el tintineo del cristal. Él sostuvo mi mirada, y en sus ojos verdes no había celebración. Había un desafío. Un fastidio profundo por la complicidad que Alex y yo compartíamos, por los años de estudio y risas que él nunca tendría conmigo. El clink fue seco, final, como el portazo de una jaula.

—Por el éxito —dijo él, y la palabra sonó a amenaza.

—Por el éxito —repetí yo, con una voz que deseaba fuera más firme.

Bebí un trago. El vino me supo agrio.

La conversación volvió, más trivial que nunca. Eva habló de un vestido, Alex de un partido de fútbol. Pero bajo la mesa, la tensión era palpable. Bruno no volvió a dirigirnos la palabra directamente a Alex o a mí. Se limitó a responder a Eva con monosílabos educados.

Cada risa de Alex, cada mención de "la facultad", de "los compañeros", de "los exámenes", era un recordatorio para Bruno de un mundo al que no pertenecía y del que, irracionalmente, se sentía excluido. Y cada vez que yo reía o asentía, sentía el peso de su mirada—esa mirada que siempre me hacía sentir como un espécimen bajo un microscopio, fría y evaluadora, recordándome que, para él, éramos sólo dos niños jugando a ser adultos, mientras él, desde su trono de éxito y experiencia, observaba con una mezcla de desdén y una posesividad que no tenía derecho a sentir.
La cena transcurrió entre conversaciones triviales que Alex y Eva llevaron con destreza, sorteando el silencio cortante que Bruno oponía como un muro. Finalmente, Eva se levantó con una sonrisa radiante.
—¡Y ahora, la obra maestra! —anunció, se levantó de la mesa para tomar algo en la cocina y regresó con una bandeja donde reposaba una tarta de limón merengue perfecta.—Sé que es el favorito de los dos médicos de la familia —dijo, dirigiéndose a Alex y a mí con complicidad.
—¡Eva, es increíble! —exclamó Alex, genuinamente impresionado.—Parece de profesional.
—Tiene muy buena pinta, hermana —añadí, forzando un entusiasmo que no sentía del todo bajo la mirada escrutadora de Bruno.
Eva sirvió porciones generosas. El contraste entre el amarillo intenso de la crema y el blanco del merengue era espectacular.
—Espero que esté a la altura —dijo Eva, sentándose y observándonos expectante mientras tomábamos el primer bocado.
—Está delicioso —dije, y no mentía. El equilibrio entre lo ácido y lo dulce era perfecto.
—Absolutamente —apoyó Alex.
—¡Gracias!—Eva estaba encantada.
Fue entonces cuando Bruno, que había aceptado una porción más pequeña con un gesto de indiferencia educada, tomó la palabra. Su voz, serena y baja, cortó la dulzura del momento.

—Un esfuerzo admirable, Eva —comentó, dejando el tenedor sobre el plato después de un solo bocado.— Aunque siempre me ha parecido una paradoja interesante.

Todos lo miramos. Él mantuvo la vista en su plato, como hablando para sí mismo.

—¿Una paradoja? —preguntó Eva, confundida pero sonriente.

—Sí —afirmó Bruno, alzando por fin la mirada. No hacia Eva, sino hacia mí.— Dedicar tanto esfuerzo a crear algo tan deliberadamente efímero. Un placer que existe solo para ser destruido en segundos. —Hizo una pausa, y sus ojos verdes se clavaron en los míos.— No sé si es poético o simplemente un desperdicio de talento.
La mesa quedó en silencio. Alex frunció el ceño, tratando de descifrar si era un cumplido o una crítica. Eva parecía un poco desconcertada.
Pero yo lo entendí perfectamente. No hablaba del postre. Hablaba de mí. De mi relación con Alex. De mis años de estudio. De todo lo que él consideraba "efímero" y "destructible" frente a su mundo de negocios y resultados permanentes.
—Bueno, la belleza está en el disfrute del momento, ¿no? —dije, desafiante, sosteniendo su mirada.— Algunas cosas no necesitan durar para ser valiosas.




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