El novio de mi hermana

Capítulo 2

Derek

Bajo la promesa explícita de que Kristen no estaría presente y de que no se tocaría, bajo ningún concepto, el tema de nuestro compromiso, ni mucho menos el de una eventual boda, accedí, con cierta resignación, al viaje de festejo por el aniversario de mis suegros. O más bien, mis futuros exsuegros.

La relación con Karen iba de mal en peor, aunque si era sincero conmigo mismo, jamás estuvo bien. Ni siquiera sabía con certeza por qué había aceptado permanecer tanto tiempo en algo que no tenía raíces profundas. Éramos como dos piezas que forzosamente se intentaron encajar. Nunca logramos coincidir del todo. No compartíamos pasiones, ideas, ni silencios. Ella siempre parecía amarme de una forma que yo no podía corresponder. Y yo, simplemente… me había dejado arrastrar por la culpa, como tantas veces.

Al acercarnos al lugar, el aire fresco me hizo soltar una tensión que ni siquiera sabía que estaba cargando. Inhalé hondo, permitiéndome por un instante sentirme libre. No imaginaba que pudiera existir un sitio así. Extensiones de prado ondulado se desplegaban hasta donde alcanzaba la vista, enmarcadas por árboles de copa amplia que bailaban con la brisa. Intuí que debía haber un lago o un arroyo cerca, porque el aroma del agua impregnaba el aire con una humedad dulce, casi embriagante. Por primera vez en días, sentí que mi cuerpo y mi mente estaban en el mismo lugar.

— Qué rusticidad — se quejó Karen observando todo con desagrado.

El hotel era una mansión inmensa, de esas construidas a otro ritmo, con detalles arquitectónicos que hablaban de épocas pasadas. Sus muros de piedra clara se alzaban con una elegancia solemne, y las columnas talladas en la entrada parecían custodiar secretos de otra era. Bajé del coche con cierta lentitud, todavía respirando el aire del campo, intentando sostener un poco más esa breve sensación de paz.

Y allí estaban. Sus padres, impecables como siempre, aguardaban en la entrada principal con sonrisas amplias y miradas de sincera alegría. Pero fue entonces cuando la vi. De pie, junto a ellos, con una postura tan firme como indiferente, estaba Kristen.

El impacto fue inmediato. Me tomó unos segundos procesarlo. Ella no debía estar ahí. Esa había sido la única condición que me había hecho aceptar este viaje. Su sola presencia bastaba para que mi garganta se cerrara y todo lo que había intentado enterrar bajo capas de rutina y compromiso falso volviera a la superficie. Y, sin embargo, allí estaba. Como si nunca se hubiera ido.

—Dijiste que no vendría, ¿debo suponer que no lo sabías? —indagué antes de bajarnos del taxi, con la mano en la manija de la puerta, aunque sin abrirla del todo.

Mi voz salió más tranquila de lo que me sentía por dentro. El silencio previo de Karen fue apenas un instante, pero bastó para confirmar lo que venía temiendo desde que vi a Kristen en la entrada.

—Si te decía la verdad, no vendrías.

La confesión se deslizó entre nosotros sin remordimiento ni intento de disculpa. Rodé los ojos en respuesta a su descarada afirmación. Me crucé de brazos por un segundo, aún sin moverme del asiento. Al menos ahora lo admitía a la primera, sin rodeos ni dramatismo innecesario. En el pasado, esto habría derivado en horas de discusiones circulares hasta que, con algo de presión, la verdad se le escapara a regañadientes. Esta vez lo dijo como si fuera algo trivial. Como si lo que había hecho no fuera, en esencia, una traición. Y eso era lo peor de todo, porque significaba que las mentiras entre nosotros eran algo cotidiano y normal, ella me mentía y yo aceptaba.

Salimos del taxi al mismo tiempo. El chofer bajó las valijas con parsimonia y las dejó sobre la acera sin decir palabra. Un silencio tenso se instaló entre nosotros mientras nos acercábamos al portón de hierro forjado que enmarcaba la entrada principal.

—¡Qué bueno que ya estén aquí! —exclamó su madre, al vernos llegar. Caminó hacia nosotros con los brazos extendidos, tan sonriente como si no percibiera el filo cortante que traíamos con nosotros. —Hacía tanto que no estábamos todos juntos.

Kristen tenía una sonrisa vacía y miraba hacia un lado, como si su mirada pudiera anclarse a cualquier otro lugar con tal de no encontrarse con la mía. Llevaba puesta ropa deportiva holgada que ocultaba sus formas con deliberación, y el cabello, lleno de rizos rubios y desordenados, lo tenía recogido sobre su cabeza con un lápiz, tal como hacía en la secundaria. Ese pequeño gesto familiar me golpeó más fuerte que cualquier palabra. Como si, por un segundo, nada hubiera cambiado… aunque todo, absolutamente todo, lo hubiera hecho.

— Mami, es que estamos muy ocupados, ya sabes cómo es el trabajo de los médicos — se excusó Karen, por supuesto endilgándome la culpa, puesto que ella era abogada.

— Por favor, entren a registrarse, los esperaremos en el comedor.

Así lo hicimos. En silencio, sin cruzar más palabras que las necesarias, nos dirigimos a la recepción del hotel. Al menos algo había salido bien: había sido lo suficientemente persuasivo para ocuparme yo mismo de las reservaciones, lo cual me permitió pedir habitaciones separadas sin tener que dar explicaciones en ese momento. Fue un pequeño triunfo, uno que valoraba más de lo que debería.

—¿Dos habitaciones?

—No tengo ganas de soportar tu acoso, aprovecharé para descansar —expuse sinceramente.

—¿Por qué tienes que ser tan hiriente?

—Solo digo la verdad.

Karen no dijo nada más. Su silencio no era de aceptación, sino de fastidio. Observaba todo el entorno con una expresión de repulsión mal disimulada, como si acabáramos de llegar a una aldea perdida sin agua corriente ni señal de celular. No necesitaba conocer sus pensamientos para saberlo. Después de tantos años, me resultaban tan familiares como el sonido de mi propia respiración.

Me detuve por un momento mientras el recepcionista nos entregaba las llaves. En el fondo, no podía evitar preguntarme por qué había soportado tanto tiempo esta relación. ¿Había sido por comodidad? ¿Por inercia? ¿Porque en algún momento creí que lo correcto era quedarme? Tal vez amaba a su familia más que a ella. O tal vez, y esta era la idea que me incomodaba más, había otro motivo, uno que no quería mirar de frente. Uno que había estado enterrado todo este tiempo, esperando la oportunidad perfecta para salir a flote… y que quizás, en este viaje, por fin lo haría.




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