Kristen
La mañana amaneció gris, como si la noche no hubiera terminado del todo. Aun así, sentí la necesidad de moverme, sin contar con que no tenía ganas de encontrarme con nadie. Después de la tensión del día anterior, necesitaba despejar la mente, y caminar me ayudaba a pensar con claridad.
Me puse una campera liviana, tomé mis auriculares aunque no los encendí, y salí. El aire era denso, húmedo, como si la tormenta anunciada estuviera esperando un suspiro para desatarse. Tomé el sendero que bordeaba el hotel y se internaba entre árboles y campos abiertos, hacia el pueblo cercano. No tenía rumbo claro, solo ganas de respirar.
El camino estaba bordeado por árboles y cada tanto cruzaba alguna casa o granero a los que le presté poca atención, pero recordaba haberlos visto el día anterior. Debí haber caminado casi una hora cuando el viento empezó a soplar. No le presté atención, puesto que la vista del paisaje y los tumultuosos pensamientos sobre mi futuro, las conversaciones que, según mi madre, debería tener antes de irme, me distraían de mi entorno.
En un momento, levanté la mirada y vi a Derek acercarse corriendo, ¿acaso nos encontraríamos de esta manera los cuatro días?
— Qué sorpresa — esta vez fueron sus palabras.
— ¿Siempre corres?
— A diario.
— ¿En las mañanas?
— Sí.
El cielo se oscureció y una ráfaga de viento y tierra nos golpeó.
— Será mejor que nos apresuremos... — dije, y en ese momento gruesas gotas comenzaron a chocar en mi rostro.
— ¡Ahí! — Señaló Derek una construcción que parecía ser una cabaña abandonada o a medio construir.
Corrimos a refugiarnos para no quedar empapados por la lluvia que comenzaba, el lugar no tenía puertas ni ventanas. Apenas llegamos a su resguardo una cortina de agua comenzó a caer.
Me quité la campera humedecida y la sacudí un poco, evitando mirarlo demasiado. Lo observé de reojo mientras se quitaba la camiseta, y se secaba con ella las partes de su cuerpo humedecidas para luego volvérsela a poner.
Nos quedamos en silencio, uno frente al otro. Por un momento me permití observarlo sin culpa: su respiración, aún agitada; sus ojos que parecían estar haciendo lo mismo que os míos. Había algo inquietante en estar ahí, en medio de la tormenta, con él. Luego, como si ambos nos diéramos cuenta de lo que sucedía, sin palabras, nos volvimos hacia el exterior para observar la lluvia que golpeaba la cabaña con tanto furor que parecía que la destrozaría
—¿Siempre sales a correr, incluso con este clima? —indagó, como si buscara ago para romper la tensión que nos gobernaba.
— La verdad es que no lo imaginé, ¿y tú?
Él asintió, apenas sonriendo.
—Me ayuda a ordenar la cabeza. Aunque hoy, con el clima así, fue una mala idea.
—No sabías que llovería tan pronto.
—No —dijo, mirándome por fin—. Pero creo que no me molesta haberme mojado.
Mi corazón dio un pequeño salto, tonto, infantil. Desvié la mirada.
—Gracias por encontrar esto. No habría sabido adónde ir.
— ¿No hay nada que pueda hacer para que no te vayas?
— ¿Qué crees que podrías hacer?
— No sé, si el trabajo que te ofrecí no te interesa, tal vez podríamos ser socios.
— Nada que requiera estar juntos me va a hacer desistir, te lo he dicho, no quiero problemas con mi hermana.
— Ella y yo ya terminamos.
— Te pedí esperar.
— Fue ella quien me terminó, y me pidió que no dijéramos nada hasta terminado el fin de semana.
— ¿Por qué hizo eso?
— No me dio muchas explicaciones, solo que está cansada de ser la única malvada y que prefiere dejarme ella antes que la deje yo.
— Me parece extraño.
— Dije lo mismo.
La lluvia nos envolvía por completo, como si el mundo se hubiese apagado afuera y solo quedáramos nosotros, atrapados en este paréntesis. No había pasado nada, y al mismo tiempo, dentro de mí todo estaba pasando, si mi hermana lo había dejado él era libre.
— ¿Crees que tardará en parar?
— No lo sé.
— Es una pregunta retórica.
— ¿Para cortar el silencio?
— Sí.
— ¿Por qué mejor no hablamos?
— ¿De qué podríamos hablar?
— De lo que pasó entre nosotros, por ejemplo.
Había llegado el momento.
— Nada pasó.
— Nada pasó por causa de tu hermana, pero algo había. Siempre lo hubo.
— En todo caso, ¿qué crees que deberíamos hablar al respecto? Es decir, me besaste en la tarde y en la noche te acostaste con Karen. Fin.
— ¡No! No es un "fin", porque yo pensaba que me estaba acostando contigo — su voz sonó ahogada y mis ojos se abrieron de la sorpresa ante su declaración. Él se pasó los dedos por el cabello oscuro de manera nerviosa. — Dos semanas después apareció con un test de embarazo positivo, dos meses después discutimos y lo perdió, yo tuve que ir por ella al hospital, porque en su casa nadie sabía. Y desde allí, ella lloraba y yo sentía terrible culpa. Fue toda una seguidilla de cosas.
Mientras sus palabras salían sin mirarme, sus ojos se habían humedecido y parecía desesperado por decirlo todo. Y yo no podía creer todo lo que me contaba. ¿Mi hermana había estado embarazada? ¿Cuándo? Nosotras teníamos el período casi al mismo tiempo, siempre había sido así y en ese entonces vivíamos juntas, ¡compartíamos habitación!
— Lo que dices... — hablé después de unos instantes de silencio. — Es... imposible... ella no... nunca...
— ¿Crees que miento?
Lo observé de manera analítica, todo en él expresaba amargura, desde su voz hasta la expresión de su rostro, e incluso sus hombros tenían la postura caída de alguien derrotada.
— No... solo no entiendo cómo ella pudo hacer eso.
— Tal vez porque era tan tonto que pudo engañarme muy bien, o tal vez era tan astuta como para engañar a toda su familia. No lo sé.
El silencio volvió a caer sobre nosotros y la lluvia pareció amainar, como si presagiara el cambio de mis emociones. Pero este no era el momento para mí de profundizar en lo que acababa de decirme.