Derek
La lluvia había menguado, pero no así el torbellino que me arrastraba por dentro. Corrí todo el camino de vuelta sin pensar demasiado en el cuerpo mojado, ni en los músculos tensos. No era eso lo que dolía. Era la mirada de Kristen, ese modo contenido de escucharme, sorprendida, pareciendo no creer en mis palabras, pero al mismo tiempo sin expresar ninguna emoción. Ese equilibrio frío, como si lo que acababa de contarle no fuera suficiente para inclinarla hacia ningún lado.
Atravesaba el sendero que llevaba al hotel, cuando la lluvia volvió a desatarse, como para expresar fehacientemente cómo me sentía.
El hall estaba casi vacío. Solo una recepcionista distraída y el murmullo lejano de voces provenientes del comedor. Me perdí en el pasillo directo a mi habitación, intentando no mirar alrededor, y deseando no encontrarme con nadie, como si el mundo pudiera leer en mis ojos lo que acababa de ocurrir. Al cerrar la puerta detrás de mí, me apoyé en ella un segundo. El silencio me cayó encima como una losa. Por primera vez, le había contado esto a alguien, había podido hablarlo con otra persona que no fuera la misma Karen.
Me quité la ropa húmeda y fui directo al baño. El agua caliente quemó el frío que se me había metido bajo la piel, pero no consiguió borrar la escena en la cabaña, las palabras dichas, ni el silencio de ella. Me quedé un rato largo ahí, bajo el chorro, dejando que el vapor empañara el pequeño cuarto y, de ser posible, también mis pensamientos.
Me había confesado con ella. Sin vueltas, sin defensas. ¿Y ahora qué? ¿Esperaba que me perdonara? ¿Que me abrazara, incluso? ¿Que los años transcurridos desaparecieran mágicamente? No lo sabía. Solo sentía que algo se había roto dentro, algo que llevaba años sosteniendo y que ya no podía seguir cargando solo. Pero no sabía si ella estaba dispuesta a compartirlo, o si simplemente me dejaría con el eco de mi propia voz.
Me puse ropa seca, bajé las escaleras y entré al comedor con pasos inseguros. La mesa del desayuno ya estaba recogida. Faltaba poco para el almuerzo. Me serví un café solo, negro, fuerte. Necesitaba que algo me despertara del adormecimiento emocional.
Apoyé los codos sobre la mesa, la taza entre las manos. No había nadie más allí, y eso me alivió.
Me pregunté si Kristen ya habría regresado. Seguramente se habría mojado más que yo. ¿Estaría hablando con alguien? ¿Estaría pensando en mí? Y también me pregunté si, después de todo, eso importaba.
Estaba terminando el café cuando la vi aparecer por la entrada del comedor. Karen. Como siempre, impecable, con su cabello lacio recogido con precisión y un gesto estudiado de calma. Sus ojos me buscaron, se encontraron con los míos, y por un instante pareció evaluar si valía la pena acercarse. Lo decidió en un segundo. Caminó hacia mí con ese andar elegante, como si cada paso fuera parte de una coreografía.
—¿Dónde estabas? — indagó mirándome de manera escrutadora.
—Corriendo. Como siempre — contesté con descuido.
Ella me observó unos segundos, con ese modo que tenía de escudriñar buscando grietas.
—¿Solo? ¿Con esta tormenta?
Tomé un trago de café. No respondí. No mentí tampoco.
—No tenemos que tener tanta distancia — insistió, mientras se sentaba.
—Karen...
—No te preocupes, no voy a armar ningún escándalo, pero acabo de ver a Kristen llegar empapada, me preguntaba si estuvieron juntos —interrumpió, alzando una mano como si me estuviera haciendo un favor—. Solo espero que, cuando decidas seguir adelante, tengas el valor de admitirlo.
—¿Perdón?
—Nada —dijo con una sonrisa que no llegaba a los ojos—. Igual, creo que esta va a ser una comida muy interesante.
Ella se levantó y se fue y yo me quedé allí, observando mi taza medio vacía.
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Kristen
Llegué hasta mi habitación con el cuerpo empapado, la ropa pegada a la piel y la mente atestada de pensamientos. Cerré la puerta con suavidad, no porque quisiera ser silenciosa, sino porque todo en mí parecía ir en cámara lenta. Como si el ruido pudiera hacer que esa burbuja en la que venía encapsulada desde mi conversación con Derek en la cabaña, desapareciera.
Me quité la ropa mojada con torpeza, dejándola caer al suelo sin prestarle atención. El agua resbalaba por mi piel, mezclada con algo más que la lluvia: una maraña de sentimientos: confusión, rabia, tristeza y una pizca de alivio que no terminaba de entender. Si, claro que entendía. Si esto era cierto él nunca jugó conmigo y yo todos estos años lo juzgué como lo peor. Me envolví en una toalla y me senté al borde de la cama, mirando sin ver la ventana que soportaba el azote de la intensa lluvia.
Tomé el teléfono. Dudé unos segundos y finalmente marqué. Shiana atendió al segundo tono de llamada.
—¿Kristen? Qué raro que llames a esta hora... ¿Estás bien?
—No lo sé —contesté, con un hilo de voz y con miedo de llorar.
—¿Qué pasó? ¿Tiene que ver con tu hermana?
Suspiré. Sentí que si hablaba demasiado pronto, iba a quebrarme, por lo que me tomé unos segundos.
—Estuve con Derek. A solas. Nos agarró una tormenta en el camino... nos refugiamos en una cabaña...
—¿Y?
—Y me contó... Lo que pasó en realidad...
Le relaté lo que Derek me había dicho, por momentos sentía que mis labios temblaban. Las emociones venían a mí por oleadas, confundiéndome. Al terminar de contar lo sucedido me quedé en silencio. Ella tampoco habló por unos minutos, seguramente estaba tan consternada como yo.
—¿Kristen...? ¿Estás bien? — preguntó, manifestando en su voz una ternura infinita, de la que solo ella era capaz.
—No sé qué sentir. Es como si estuviera sobre arenas movedizas. ¿Me entiendes? Durante años creí una versión de la historia… y ahora me entero de que ella pudo haber mentido, manipulado, ocultado algo así... algo tan grave.