El novio de mi hermana

Capítulo 9

Kristen

Esta nueva información me tenía inquieta. Y lo peor era que debía bajar a almorzar con mi familia y fingir que todo seguía igual. Tomé varias respiraciones lentas, tratando de ordenar el torbellino que tenía en la cabeza, y me obligué a salir de la habitación.

Al llegar al comedor, me recibió un bullicio bajo de voces y el entrechocar de cubiertos. Todos estaban ya allí, pero noté de inmediato que las ubicaciones habían cambiado: Karen se había instalado junto a mi madre, en el sitio que usualmente ocupaba yo, dejando libre, casi como una provocación, el asiento junto a Derek. Aminoré el paso, dudando. ¿Debía sentarme allí? ¿O sería mejor buscar cualquier otro lugar, aunque pareciera una huida?

Sentí su mirada antes de alzar los ojos. Derek ya me había visto, y aunque su expresión era serena, había una incomodidad contenida en su expresión. Mi hermana, en cambio, me daba la espalda, entretenida en una conversación animada con mamá, que le sonreía con esa calidez fácil que siempre tenía para ella.

—Buenos días —saludé con una sonrisa tensa, quedándome de pie junto a Karen.

—Hermanita —respondió ella, girándose hacia mí con un entusiasmo que se notaba forzado—. Casi pensábamos que no almorzarías con nosotros.

—Eso no es cierto —la reprendió mamá con suavidad.

—Solo bromeo —sonrió Karen, y con un gesto amplio señaló el asiento frente a sí—. Siéntate. Derek estará feliz de poder conversar contigo de su nuevo proyecto. Está buscando socios, ¿te lo dijo?

Por un segundo, me quedé inmóvil. Sentí todas las miradas clavarse en mí, aunque quizá solo era mi propia conciencia magnificando cada movimiento. Fingí que no pasaba nada y rodeé la mesa para acomodarme junto a él. Sentí su cercanía como una corriente eléctrica contenida bajo la piel.

Aunque Karen mantenía su sonrisa, sus ojos me perforaban con un brillo helado. No necesitaba decirlo en voz alta; su desagrado era palpable, como un perfume demasiado denso que llenaba el aire. Por más que lo hubiera dejado, estaba claro que no aceptaba la idea de vernos tan próximos. Quizá no era amor lo que sentía, sino algo más cercano a la posesión o al orgullo herido.

Me obligué a bajar la vista al plato justo cuando comenzaron a servirnos. Cada movimiento de los cubiertos, cada palabra intercambiada en tono ligero entre mamá y mi hermana, me parecían un teatro cuidadosamente ensayado.

Yo también actuaba. Fingía que masticar y tragar eran tareas naturales, que el nudo en mi garganta no existía, que mi corazón no latía con esa violencia absurda cada vez que Derek movía el brazo junto al mío o me rozaba de manera involuntaria. Me concentré en mi comida como si fuera un ancla que me mantenía a salvo de todo lo que se desmoronaba por dentro. No dije nada que no fuera trivial. No porque no tuviera palabras, sino porque cualquier palabra verdadera habría estallado como un cristal en medio de ese falso equilibrio.

—¿Por qué estás tan callada, Kristen? —indagó Karen cuando ya estábamos de sobremesa.

Su voz sonaba dulce, pero era afilada.

—No creo haber estado callada —respondí, sosteniendo su mirada apenas un segundo, antes de volver la vista a mi copa.

—Tampoco particularmente habladora, ¿acaso te preocupa tu viaje?

—No.

Mi respuesta fue rápida, automática. Internamente, luchaba por mantener el equilibrio, como quien camina por una cuerda floja.

—Nuestros padres te extrañarán demasiado, deberías tomar la oportunidad que Derek te ofrece.

Un dolor apretado se formó en mi estómago.

—Derek no me ha ofrecido nada.

El silencio entre los comensales se volvió denso. Vi a Derek moverse incómodo en su silla, mientras sus dedos tamborileaban levemente contra el mantel.

—Es obvio que la clínica que piensa abrir es para que no te vayas —insistió Karen, como quien disfruta revolviendo una herida.

—Tus conclusiones son solo tuyas —intervino Derek, su tono fue más áspero de lo habitual.

—Por supuesto, yo tengo la culpa de todo —dijo Karen, alzando su copa en un gesto teatral—. Soy la que dice lo que nadie quiere oír, soy la que le quitó el novio a su hermana, soy la peor de todas, y ella la santa, solo porque no fue capaz de luchar por lo que quería.

Sentí una punzada en el pecho, como si de repente todo el pasado cayera sobre la mesa, entre los platos y las copas.

—Entre Derek y yo nunca hubo nada —afirmé, mi voz sonó más baja de lo que pretendía.

—Claro, por eso te persiguió por todo el maldito campamento.

Un calor incómodo me subió al rostro, no de vergüenza, sino de rabia contenida.

—No es justo que nos acuses de cosas que pasaron hace diez años —dijo Derek en tono tenso. Sus nudillos se veían blancos por la fuerza con que sostenía su servilleta.

—¿De verdad solo pasaron hace diez años?

—Karen, te estás pasando —la sentenció papá, su voz grave atravesando la atmósfera cargada.

Ella apretó los labios, desviando la vista hacia su copa medio vacía.

—Solo me parece injusto ser la malvada siempre.

Muchas palabras quisieron escapar de mi garganta, aglomerándose en un nudo que luchaba por liberarse, pero lo tragué antes de que saliera.

—Nadie te está acusando de nada —dijo mamá, aunque su tono cansado dejaba ver lo contrario.

—Dime que si no fuera por mí ustedes no estarían juntos —disparó Karen, mirándonos alternativamente como si buscara una grieta entre nosotros.

Me invadió una súbita sensación de irrealidad, como si fuera una espectadora más de esa escena absurda.

—No lo sé, ¿cómo podría saber algo que no sucedió? —dije, recogiendo toda la compostura que pude encontrar.

—Dilo tú — enfrentó a Derek, pero él no parecía querer hablar y bajó la vista a su plato vacío, con expresión derrotada.

—No creo que sea el momento oportuno para esto —respondió finalmente, evitando mirarla.

—Este es nuestro aniversario, lo que no me parece justo es que tengan que sacarse los trapos al sol justo ahora —añadió papá, apretando las manos sobre la mesa como para sostener todo en su sitio.




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