Kristen
Las hermanas de mi padre llegaron y, para no decepcionar a mis progenitores, como a las cuatro de la tarde me di un baño para relajarme y me dirigí al salón principal para buscarlos. Recorrí el pasillo, preguntándome si mis padres les habrían contado algo, y si Karen o Derek estarían allí. Esperaba que no hubiera otro incidente.
No los encontré en el salón, pero después de revisar el comedor y la sala de estar, los vi en el jardín. Estaban todos sentados alrededor de una mesa baja, con tazas de café, algunas galletas y la calidez amortiguada del sol que se asomaba entre las nubes después de la tormenta. Todos me recibieron con una sonrisa, aunque noté cierta tensión detrás de los gestos. O tal vez era yo la que no lograba soltar la incomodidad que me recorría desde el almuerzo.
—¡Ah, aquí está nuestra sobrina doctora! —exclamó Ángela apenas me vio—. Ven, cuéntanos si todavía quieres salvar el mundo o si ya te has cansado.
Les di una sonrisa rápida y me senté con ellos.
—Ya no intento salvar nada, solo acompañar lo que se puede.
—¿Y a quién estás acompañando últimamente? —preguntó Serena, sin dejar de revolver el café.
—A mí misma, supongo.
Mi madre soltó una risa discreta. Mi padre me miró por encima de la taza, con una mezcla de orgullo y melancolía. No supe por qué me afectó tanto esa mirada, quizá por el dolor que le habíamos causado durante la pelea o tal vez porque cuando me fuera a Europa ya no lo vería...
—Nos contó tu madre que quieres irte a Europa —dijo Serena, acomodando su bufanda. Como si leyera mi pensamiento.
Asentí.
—Sí, estoy evaluando una propuesta.
—¿Evaluando o escapando? —intervino Ángela, con ese tono suyo que siempre parecía una broma, pero que clavaba profundo.
Me quedé callada unos segundos. Miré el cielo, anaranjado y tibio, como si allí pudiera encontrar una respuesta sencilla, era evidente que mis padres les habían contado todo.
—Tal vez ambas cosas —dije al final—. A veces las decisiones no vienen solas.
Nadie dijo nada por un momento. El silencio no era incómodo, pero dejaba espacio a pensamientos incómodos.
—Lo importante es saber de qué no quieres seguir escapando —dijo Serena, como si hablara con ella misma.
—O con qué no quieres seguir cargando —añadió Ángela—. A veces pensamos que queremos irnos, y lo que en realidad necesitamos es soltar algo antes de partir.
—A veces siento que soy parte de una historia que se repite —dije, sin pensarlo demasiado—. Las mismas emociones, los mismos errores, como si fuéramos generaciones distintas haciendo la misma coreografía.
Serena me miró entonces.
—La diferencia no siempre es romper con todo. A veces basta con mover una pieza. Con detenerse. Con decir algo que no se dijo antes.
No supe qué contestar. Solo asentí. Me sentía vulnerable, pero de un modo distinto. Como si esas mujeres, con sus vidas llenas de silencios, supieran más de lo que estaban dispuestas a contar.
Cuando se levantaron para ir a prepararse para la cena, Ángela me besó la frente y Serena me acarició el brazo.
—Tu padre está orgulloso de ti, aunque no siempre sepa decirlo —susurró.
Me quedé en el jardín unos minutos más, sola. El aire se sentía un poco más denso, como si algo estuviera por quebrarse.
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Derek
La cena transcurría bajo una luz tenue, cálida, casi engañosa. El comedor principal del complejo había sido decorado con gusto rústico y vajilla de campo, pero el ambiente no terminaba de sentirse relajado. Yo estaba sentado entre Serena y el padre de Kristen. Frente a mí, Karen conversaba animadamente con Ángela, pero su sonrisa era solo una máscara cuidadosamente sostenida.
Me serví un poco más de vino, aunque no pensaba beber demasiado. El día había sido largo y me costaba apartar la mirada de Kristen, sentada al otro extremo de la mesa. Se mostraba tranquila, incluso amable, pero no dejaba de observarlo todo. Como si tomara nota silenciosa de cada palabra, de cada gesto.
— ¿Entonces estás decidida a irte? — indagó Angela, dirigiéndose a Kristen, que la observaba como si esta fuera una conversación repetida.
—Lo estoy considerando —respondió ella con tono cortés, sin mirar directamente a nadie—. Tal vez un cambio de aire me haga bien.
Karen alzó una ceja, apenas un milímetro.
—Claro, siempre ha sido más fácil cambiar el aire que limpiar el ambiente que una misma ha ensuciado —murmuró Karen mientras cortaba la carne.
Ángela y Serena siguieron comiendo como si no hubieran oído nada. El padre de Kristen carraspeó, incómodo. Kristen no respondió. Solo bajó los ojos y se llevó una copa a los labios. Yo, en cambio, me limité a apretar los cubiertos.
—Las nuevas etapas siempre son buenas si se toman con conciencia —dijo Serena, desviando la atención—. Hay que dejar lo que pesa para poder viajar más liviano.
—Sí —respondí—, aunque a veces el peso no está en lo que cargamos, sino en lo que dejamos atrás.
Sentí la mirada de Karen clavarse en mí, pero no se pronunció. Solo sonrió, con esos labios tensos que ya conocía. La conversación siguió en torno a anécdotas de infancia, platos preferidos y comparaciones inevitables entre la cocina del lugar y la de la abuela. Las tías reían con cada ocurrencia del padre de Kristen, aunque yo notaba que estaba más pálido de lo habitual, algo apagado. Se frotaba la sien de vez en cuando, como si el ruido o la luz le molestaran, por supuesto que considerando el estrés que le habría producido la discusión de mediodía, era lógico que estuviera cansado.
Cuando el postre llegó, una tarta de durazno tibia con crema, las tías empezaron a alistarse para marcharse. Angela abrazó a todos con efusividad. Serena, en cambio, fue más discreta, pero se detuvo frente a mí antes de irse.
—Cuida de ellos —dijo con una voz baja, casi inaudible—. Y también de ti.