El Novio de mi Hija

Seis años después

En la sala de televisión se encontraban Juan Manuel y su padre viendo un partido de béisbol bastante acalorado, y ellos para variar discutían sobre cuál era el mejor equipo. Escucharon el timbre de la casa sonar y Ángela de Jesús abrió la puerta. Un alboroto se armó casi de inmediato con gritos infantiles que se acercaban a la sala de televisión, y antes de poder reaccionar, Víctor Manuel tenía encima de él a dos niños idénticos que gritaban eufóricos « ¡Abuelo! ».

—¿A su tío no lo saludan?

Los niños saltaron del regazo de su abuelo y se lanzaron sobre Juan Manuel, y él comenzó a hacerles cosquillas, y ellos comenzaron a reír y a luchar con su tío hasta que la voz de su madre se oyó en la sala.

—Niños, dejen en paz a su tío. Hola papá.

—Hola María Antonieta, ¿qué tal la universidad?

—Ya me autorizaron para continuar el próximo semestre.

—Me alegro hija, sabes que nosotros nos haremos cargo de los gemelos.

—Lo sé papá.

—Tú tienes la culpa de dejar la universidad –dijo Juan Manuel.

—Juan Manuel ya basta –dijo Víctor Manuel enojado.

—Si ella nos hubiera permitido ayudarla no hubiera perdido tanto tiempo.

—En serio Juan Manuel, eso es agua pasada –dijo Víctor Manuel con voz firme.

—Tuvo que bajar la cabeza después de divorciarse –dijo Juan Manuel.

—Niños, ¡ataquen a su tío! –ordenó Víctor Manuel.

—¡Papá! –gritó María Antonieta.

—¿Qué? Se lo buscó, ya le dije que no quiero que hable de esas cosas delante de los niños.

—¿Ahora no lo amenazas con darle una paliza?

—¡Viste el cuerpazo que tiene! No soy loco hija. Ya estoy muy viejo para esto, y por eso busco refuerzos. ¡Niños, no dejen que los venza!

María Antonieta negó con la cabeza y salió de la sala viendo como sus hijos se divertían tratando de vencer al tío. El abuelo apagó la televisión y alentaba a sus nietos para que siguieran encima de su hijo, hasta que por fin Juan Manuel se dio por vencido y los niños salieron corriendo victoriosos a contarle a su madre. Víctor Manuel miró seriamente a su hijo y le dijo:

—No quiero que hables del divorcio de tu hermana delante de los niños, y tampoco se te ocurra hablarles mal de su padre.

—¿Por qué? Tú sabes muy bien que ese tipo los abandonó cuando ella tuvo a los gemelos.

—Ese no es tu problema, los niños saben quién los quiere y quién no, y te guste o no necesitan a su padre, y si tengo que soportar a ese hombre, lo haré por la felicidad de ellos.

—No entiendo porque lo defiendes, tú mismo se lo advertiste a María Antonieta.

—Los gemelos no tienen la culpa de quién es su padre, y ellos tienen derecho a estar con él.

—¿Cuándo? No siquiera quiere verlos ni pagar su manutención, y si no es por ti, ni siquiera los hubiera reconocido.

—¿Y crees que me gustó rogarle a ese hombre? Tuve que hacerlo por ellos.

—¿Rogarle? ¿En qué momento? Pagaste por un abogado para obligarlo.

—Eso fue después de mucho pedírselo.

—¿Por qué no lo obligas a que pague la manutención?

—Ese es un problema que tu hermana debe solucionar ella misma, además para qué te tengo a ti.

—¡Claro! El pendejo se graduó, se consiguió un buen empleo y ahora que crie a los hijos de otro.

—Tú le insistes a tu hermana es ser su padrino, así que no te quejes, a falta de su padre, te toca criarlos y mantenerlos.

—O sea, me están aplicando la Ley de Herodes.

—Tú solito te la echaste encima, a mí no me mires, aparte de que te gusta hacerlo. Incluso María Isabela le encanta llevarlos con ustedes.

—Hablando de María Isabela, tengo algo importante que decirte.

—¿La embarazaste? Por Dios, ni siquiera se han casado.

—Tú ves nietos por todos lados, no, no es eso.

—¿Ella te pidió matrimonio? Si sigue esperando por ti, llegara a mi edad y nada.

—¿Me vas a dejar que hable? No, peor aún, me está pidiendo un hijo.

—Oh, ya veo, bueno es tu problema, yo soy de la generación de los hijos dentro del matrimonio, pero si quieres tenerlo yo no me opongo, ella es una buena chica.

—¿Te pones del lado de ella?

—No es una cuestión de lados, simplemente que si una mujer se le enciende la necesidad, es imparable.

—Entonces, debo casarme con ella.

—Eso es algo que deben hablar entre ustedes, y los demás estamos de sobra.

Los niños entraron corriendo a la sala para decirles que el almuerzo estaba listo, y que los estaban esperando.

—Me salvó la campana –dijo el abuelo.

Los hombres fueron al comedor con los niños y se sentaron a la mesa a comer. El almuerzo transcurrió con tranquilidad, con algunos regaños de María Antonieta a los gemelos. Después de disfrutar un pedazo de torta de chocolate, los niños y su tío fueron a la sala para ver una película de dibujos animados que habían anunciado en televisión. María Antonieta le pidió a su padre que hablaran en la mesa.




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