El Nuevo Amor De La Humanidad (escrito En Las Estrellas)

Escrito en las Estrellas:

​🌟 Capítulo 1: Escrito en las Estrellas

​El miedo había sido reemplazado por una certeza asombrosa. Desde aquella noche en que Zeta había sentido el diminuto pulso en su vientre, Masha caminaba envuelta en la luz de un milagro. Ya cursaba su cuarto mes y el embarazo transcurría con una calma inusual, sin los síntomas ni las molestias que la comunidad solía relatar. Eso la serenaba. Amaba a ese hijo más que a sí misma, y el futuro incierto no era más que una bruma en el horizonte.

​Zeta, sin embargo, era un caos perfectamente contenido. Cada día dedicaba su ser a proteger y vigilar, mientras por dentro luchaba contra el terror de lo desconocido. Su amor por Masha y el bebé no era un simple deber; era el lazo que había reescrito su existencia, y por ellos, él daría su vida sin dudar.

​La comunidad los acogía con una paz que se sentía frágil. La llegada de este niño, el primero de una nueva generación en el refugio, era una esperanza tangible contra la oscuridad del exterior. La fe crecía día a día, alimentando el corazón de cada habitante.

​En las noches frías, Zeta mantenía su mano sobre el vientre de Masha mientras ella dormía. Sus sentidos se concentraban en cada latido del bebé, cada pequeña variación. Pero había algo extraño, algo que no había mencionado a Masha para no inquietarla: sentía un fuego, una temperatura ligeramente elevada que no provenía del calor natural de su cuerpo, sino de una energía sutil que su mente no podía comprender.

​Masha seguía activa, disfrutando de la compañía de Eunice y Aitor, la joven pareja que se había vuelto esencial en su nueva vida. Aitor, el locutor de la radio comunitaria, se mantenía atento a los movimientos en las colinas, mientras Eunice se dedicaba a sanar con hierbas y a leer el destino en las estrellas, convencida de que los astros guiaban cada uno de sus pasos.

La Espera y la Profecía

​Era una tarde de transición. El sol se hundía detrás de los altos árboles, tiñendo el cielo de naranja y malva. La neblina, que había cubierto los senderos desde el amanecer, comenzaba a levantarse perezosamente, como si el universo mismo quisiera proteger la pequeña comunidad envolviéndola en un último y denso manto de secreto.

​Zeta regresaba del centro de salud. A pesar de la pureza del aire del bosque, el aroma a antisépticos y hierbas frescas de las curaciones aún se aferraba a su ropa. Entró a la casa, sintiendo cómo el ambiente se calentaba inmediatamente al ver a Masha, quien compartía un té humeante con Eunice.

Esa tarde, mientras la luz del atardecer se filtraba por la ventana, Eunice se detuvo de golpe. Llevó una mano a su garganta, como si la verdad que iba a pronunciar fuese demasiado grande para su cuerpo.

​—Masha —su voz era un susurro denso y profético—, el bebé que llevas... su destino no está en la Tierra. Será la chispa. El primero de muchos. Él no será un líder de barro como los que gobiernan ahora. Traerá justicia y combatirá la desigualdad que reina en el exterior.

​El silencio se hizo tan profundo que el leve crujido del fuego en la chimenea sonó como un estruendo. Eunice nunca había hablado con tal autoridad.

​Masha tragó saliva, sus ojos llenos de una mezcla de asombro y terror. Zeta, que había escuchado las últimas palabras desde el umbral, sintió una descarga de emoción recorrerle el ser —la misma que sintió el día que conoció a Masha— y supo que Eunice no hablaba solo desde la fe. Hablaba desde una verdad cósmica.

​En ese instante, un sonido metálico y distante se coló por las rendijas de la casa. No era el viento. Era el zumbido inconfundible y cada vez más cercano de un dron de reconocimiento sobrevolando peligrosamente cerca del perímetro del bosque.

​El anuncio de la nueva humanidad ya había sido dado. Ahora, su existencia dependía de correr más rápido que las sombras del pasado.




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