El Nuevo Amor De La Humanidad (escrito En Las Estrellas)

Señales Del Cielo :

​📡 Capítulo 6: Señales del Cielo
​La lluvia caía en finos hilos sobre el patio de la casa de Zeta, dibujando reflejos en las baldosas húmedas. Zeta acunaba a Elián, que ya estaba bastante más grande, en sus brazos. El niño, con unos ojos que parecían entenderlo todo, observaba el cielo estrellado. No lloraba ni hacía berrinches, pero su presencia comunicaba hambre, frío, curiosidad… y algo más. Algo que Masha, como madre, intuía sin palabras.
​De repente, Elián se concentró. Su pequeño cuerpo se puso rígido. Miles de imágenes frías y veloces se proyectaron en la mente de Zeta, impactando directamente en sus circuitos. Vio siluetas oscuras: drones invisibles surcaban la periferia de la comunidad. Estaban cartografiando la vida analógica para encontrar sus vulnerabilidades.
​Zeta frunció el ceño. Por un instante, el asombro congeló sus rasgos, pero se recompuso de inmediato.
​En ese instante, escuchó pasos sobre el empedrado mojado. Aitor apareció bajo la llovizna, serio y decidido.
​—Zeta —dijo, sin rodeos—, hicimos averiguaciones por radio. Están buscando zonas para expandir las Smart Cities. Quieren saber cómo vivimos, qué tenemos, qué vulnerabilidades explotar.
​Mientras Aitor hablaba, Elián seguía proyectando rutas de drones en la mente de Zeta. Zeta, ya recuperado, asintió con gravedad, manteniendo la compostura para que Aitor no notara el incidente. La situación era mucho más grave de lo que imaginaba.
​—Escuchá, Aitor —dijo Zeta—. Es tarde. Mañana, con más tranquilidad, diagramamos un plan de defensa. Necesitamos movernos a lo analógico total.
​—Tenés razón —respondió Aitor—. Solo quería avisarte. Mañana a primera hora.
​Aitor se fue, y el silencio de la lluvia volvió a envolver la casa. Zeta llevó a Elián a la habitación, lo acostó en su cuna con ternura y se aseguró de que durmiera.
​Masha lo esperaba en la sala. El corazón le latía con una urgencia que no sentía desde los días de la pandemia. Apenas Zeta se sentó junto a ella, supo que el peligro era inminente.
​—Masha —dijo Zeta, su voz baja y cargada de asombro y angustia—. ¿Notaste cómo se puso?
​—Sí, lo noté —susurró ella, sus ojos grises clavados en él—. Vi el cambio en la profundidad de sus ojos celestes, y también vi tu reacción, Zeta. Vi sin querer el asombro que te congeló. ¿Qué fue eso?
​Zeta la tomó de la mano y le explicó lo que había visto, cómo las imágenes de los drones habían aparecido de la nada en su mente.
​—Masha, Elián tiene telepatía. No solo eso. Lo que me proyectó era tan técnico, tan preciso… puede comunicarse con la tecnología. Puede entrar en las mentes de las máquinas, en la red de la IA.
​El miedo que sintió Masha ahora era profundo, existencial. Se llevó las manos a la boca, la palidez en su rostro acentuada por el terror.
​—Tenemos que irnos. ¡Ahora, Zeta! —susurró, con la voz quebrada por el pánico—. Si alguien lo llega a saber... Si la IA descubre que existe un niño que puede ver su red... Tenemos que huir ya.
​Zeta la envolvió en sus brazos, conteniendo su temblor. Su tacto era firme y calmante.
​—Shhh. Tranquila, mi amor. Huir ahora no es una opción. Mirá el cielo. Hay docenas de ojos invisibles ahí arriba. Si nos movemos sin un plan, seríamos un blanco fácil para ellos. Les estaríamos confirmando que lo que buscan está aquí.
​Masha respiró hondo, tratando de asimilar la lógica implacable de Zeta.
​—Mi madre lo predijo —susurró—. Nuestro hijo es la nueva humanidad... y la amenaza que la IA no podrá ignorar.
​La llovizna se transformó en lluvia fuerte. El cielo nocturno parecía más profundo que nunca. La música de un viejo vinilo resonaba desde una casa vecina, melancólica y clara, acompañando cada latido de la noche. Les recordaba que, incluso en la oscuridad digital, los lazos humanos podían desafiar cualquier control. La vida de Elián era un milagro, y el riesgo de ese milagro, insoportable.




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