🫂Capítulo 11: La Llegada
La luz del atardecer se filtraba por la ventana de la cocina donde Masha removía una olla de sopa. El aroma a pan de maíz y caldo caliente llenaba el aire. Zeta entró, dejando atrás la fatiga del turno en el centro de salud.
—Huele a casa —dijo, acercándose para besar su mejilla.
Ella sonrió, pero antes de que pudiera responder, Elián corrió hacia ellos.
—¡Papá!—gritó, abrazándole las piernas.
Al instante, Zeta recibió la proyección: dos figuras al borde del claro del bosque, exhaustas pero decididas. Un hombre joven y una mujer con presencia inusual.
—Amor —dijo Zeta, alzando a Elián—, los que el niño veía... ya están aquí.
Masha dejó la cuchara lentamente.
—¿Aquí?¿En la comunidad?
—En nuestro límite. Llegarán pronto.
Los miró a ambos, padre e hijo, y asintió en silencio. Sabía que ese día llegaría.
Minutos después, llamaron a la puerta.
Zeta abrió. Bajo la llovizna vespertina estaban ellos: el joven, Mateo, empapado y tembloroso, y Aura, serena pero con signos de fatiga.
—Disculpen... —comenzó Mateo, con voz ronca—. Seguimos una... voz. Nos guió hasta aquí.
—Pasen, por favor —les dijo Zeta, haciendo espacio.
Masha apareció con toallas secas.
—Aquí,séquense —ofreció, tendiéndolas—. Voy a preparar té caliente.
Mientras se secaban, Elián observaba a Aura con intensidad. Sus ojos celestes brillaron con un destello sutil.
—Papá —susurró—, su código... es diferente. Está abierto.
Zeta se inclinó hacia el niño.
—¿Abierto?¿Puedes verlo?
—Sí —asintió Elián—. Como un libro.
Aura dio un paso atrás.
—¿Qué está diciendo?
—Mi hijo tiene dones especiales —explicó Zeta—. Ve cosas que otros no pueden.
Masha regresó con bandejas de té humeante.
—Siéntense,por favor —indicó, señalando la mesa—. Cuéntenos cómo llegaron hasta aquí.
Mientras tomaban el té caliente, la tensión inicial fue cediendo. Pero Zeta no podía dejar de pensar en lo que Elián había visto. El "código abierto" de Aura era algo que nunca había encontrado.
—Elián —dijo suavemente—, ¿puedes mostrarme lo que ves?
El niño asintió, y Zeta recibió imágenes más claras: no solo el código de Aura, sino también recuerdos de su creación, su deserción, y su esperanza de encontrar cura para Mateo.
—Entiendo —murmuró Zeta—. Eres bienvenida aquí. Ambos lo son.
Masha, que observaba la escena, tomó a Elián en sus brazos.
—Ven,pequeño, es hora de dormir.
Cuando se quedaron solos, Zeta miró a los recién llegados.
—Tenemos mucho que hablar—dijo—. Pero primero, descansen. Mañana hablaremos del Sistema, de los Diagramados... y de por qué mi hijo es tan importante para ellos.
La noche había caído por completo, pero por primera vez en semanas, Mateo y Aura sentían que habían llegado a un lugar donde podían respirar en paz.